domingo, 12 de abril de 2020

LOS ESTERTORES DEL MONSTRUO Y EL CORONAVIRUS



    Cuba no podrá adquirir ventiladores pulmonares con varios de sus proveedores habituales al ser adquiridas dos firmas fabricantes de estos equipos médicos por una compañía estadounidense. Estos aparatos son elementos claves en la atención a las personas graves y críticas por la COVID-19.

La empresa Medicuba, entidad exportadora e importadora del Ministerio de Salud Pública, recibió notificación de que los fabricantes IMT Medial AG y Acutronic habían sido adquiridas por la empresa estadounidense Vyaire Medical Inc. con sede en Illinois, por lo que comunicaban que «la directriz corporativa que tenemos hoy día es suspender toda relación comercial con Medicuba».

La denuncia fue realizada en su cuenta de Twitter por el Director General de América Latina y el Caribe del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba (Minrex), Eugenio Martínez Enríquez.

Mientras la ONU y otras voces en el mundo llaman a la cooperación y la solidaridad en estos tiempos de pandemia, el gobierno de Estados Unidos persiste en su genocida bloqueo contra Cuba y otras naciones.

La mayor potencia del mundo le niega el derecho a la vida a un pueblo pequeño y batallador, que hoy brinda ayuda solidaria con personal de la salud en 59 países del mundo y ha enviado ya casi dos decenas de brigadas médicas de apoyo a igual número de países necesitados de personal sanitario para enfrentar los embates de la COVID-19.




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Coronavirus en Estados Unidos: El miedo de Kissinger

Hace muchos años que se pronostica el ocaso inevitable de la supremacía norteamericana. Pero ¿cómo probarlo? Muchos argumentos parecían nacidos más de una expresión de deseos que de una posibilidad real. Hoy, ya no hay dudas. Estrategas como Henry Kissinger, político clave en la construcción del imperio y experto como pocos en los laberintos del poder, reconocen el irremediable fin de la hegemonía estadounidense.

Las postales dramáticas que el Covid-19 está sembrando en distintas partes del territorio norteamericano confirman esa hipótesis. Y no por las altísimas cifras de muertos, ni por la imperdonable falta de insumos básicos en un país de semejante riqueza, ni por la deficiencia y crueldad de su sistema de salud pública. Estas no son más que consecuencias del capitalismo salvaje que tienen muy sin cuidado al establishment mundial, partidario, como se sabe, del darwinismo social y la sobrevivencia de los ricos.

En su último artículo “La pandemia del coronavirus va a alterar para siempre el orden mundial”, publicado el pasado 3 de abril en el diario The Wall Street Journal, Kissinger expresa abiertamente sus dos grandes temores. Después del Covid-19 ¿se podrán “salvaguardar los principios del orden mundial liberal”? “Un país dividido como Estados Unidos ¿será capaz de liderar la transición al orden posterior al coronavirus?”

No por casualidad, el texto comienza añorando aquel “lejano tiempo” del Plan Marshall y el Proyecto Manhattan los programas que, justamente, permitieron a EEUU catapultarse como potencia mundial en la segunda mitad del siglo XX. El primero de auxilio para el crecimiento de Europa Occidental y el segundo para el desarrollo de la bomba atómica.

El contraste con la actualidad se hace patente. A diferencia de entonces hoy EEUU no puede ofrecer, al resto del planeta, ningún ideal civilizatorio salvo la depredación financiera y medioambiental. En plena crisis de coronavirus, carece de líderes capaces de hacer buenos diagnósticos y, por lo tanto, de una voz autorizada que proponga una salida colectiva. Lo que percibe Kissinger es la pérdida, incluso, de esa fuerza simbólica, propia de los liderazgos, que durante décadas hizo creer al mundo que los norteamericanos eran los únicos capaces de resolver el caos.

Ahora, países demonizados (y rivales) como Rusia y China tiene que asistir a EEUU y ¡¡el presidente Donald Trump en persona –no por twitter- tuvo que salir a agradecerlo!!

Kissinger, cómplice de tantos genocidios, apunta al corazón del dilema. El imperio se edificó en “la creencia de que sus instituciones pueden prever calamidades, detener su impacto y restaurar la estabilidad. Cuando termine la pandemia de Covid-19, se percibirá que las instituciones de muchos países han fallado”, escribió. “La prueba final será si se mantiene la confianza pública en la capacidad de los estadounidenses para gobernarse a sí mismos.”

Sin ser explícito, el estratega de 96 años, admite el fin de la supremacía y baraja, como mal menor, un co-gobierno mundial donde EEUU mantenga alguna voz. La “agitación política y económica que ha desatado el virus podría durar generaciones y ni siquiera EEUU puede hacerlo solo. Debe combinarse una visión y un programa de colaboración global”, arriesga. Entretanto existe un enorme peligro.

El intento de ocultar el derrumbe imperial –como parece estar haciéndolo el presidente Donald Trump en estos días- puede adoptar formas criminales. En medio de una catástrofe pandémica sin precedentes, el Pentágono anunció el lanzamiento de una peligrosa operación militar contra Venezuela, que se suma al severo bloqueo que ya sufre ese país por parte de EEUU y sus aliados.

Si el invento de proclamar a Juan Guaidó como presidente trucho fue acompañado por 50 de los 200 países que hay en el mundo, esta aventura, según cifras de EEUU, cuenta con el aval de apenas 20 naciones. Un acto de bravuconería que no hace más que confirmar el ocaso del liderazgo norteamericano y que fue duramente criticada por Rusia el pasado 9 de abril. “Después de estudiar el contenido de la iniciativa de Washington –dice el comunicado de la cancillería rusa- creemos que no merece una respuesta seria”.

El texto de Kissinger es un llamado desesperado a los dueños del mundo por temor a que algo se vaya de las manos. Nos toca al resto, a los países poderosos y no tanto, ser campo de contención al pánico del establishment global. Es hora de defender, hasta las últimas consecuencias, los principios de paz, humanismo y no injerencia. Es la hora de la cordura.



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Cuba. Denuncia recrudecimiento de agresiones de EE.UU. en medio de pandemia de Covid-19

El ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla, expresó este lunes en su cuenta en Twitter que el bloqueo económico, financiero y comercial impuesto por el Gobierno de Estados Unidos a Cuba es genocida.

Al referirse a las sanciones que por más de 60 años ha sufrido el pueblo cubano, el jefe de la diplomacia destacó en una etiqueta que #ElBloqueoMata.

Como consecuencia de las sanciones impuestas por la Casa Blanca a Cuba, un donativo de insumos médicos de la Fundación del presidente de AliBaba, Jack Ma, no pudo llegar a la Mayor de las Antillas al ser estadounidense la compañía que transportaba el material.

No obstante, el propio canciller expresó que este lunes arribó a Cuba un donativo enviado por el Gobierno de China para el enfrentamiento al coronavirus. Así agregó que “en tiempos de pandemia, la solidaridad y cooperación salvan vidas”.

En reiteradas ocasiones Rodríguez Parrilla ha condenado las agresiones de Estados Unidos no solo a la isla, sino también a otras naciones como Venezuela e Irán.









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Globalización en tiempos de pandemia (I)

Estamos en el año 2020 de la era cristiana, en el año 1.441 del calendario islámico, el 5.780 del chino, el año 12.477 en el calendario del pueblo mapuche, entre otros muchos calendarios y todos ellos de sociedades sujetas a los intentos hegemónicos del proceso de Globalización, que hace de su objetivo fundamental el imponer sólo el calendario y visión de la cultura occidental.

Esa conducta, en el contexto de una pandemia global está exigiendo cambios profundos. Para la perspectiva basada en la omnipotencia, soberbia y dominio de las potencias occidentales (liderado por Washington), la orden es que las sociedades se asimilen o se atengan a las consecuencias de una época de profundas transformaciones y que hoy, bajo el tremendo golpe que significan los efectos del Covid-19, nos obliga a concebir, bajo nuevos parámetros, una nueva organización política, social, económica y cultural, que supere a un proceso globalizador, elemento distintivo de un capitalismo decrépito, cansado, agotado, que no ha sido capaz de dar cuenta de las necesidades de nuestro mundo, que nos impulsan a trabajar por prácticas y conductas alejadas del individualismo extremo, que este sistema propugna.

La globalización ha intensificado un modelo político y económico, centrado más en los réditos que puede dar el capital, la imposición de ideologías políticas, con una visión y práctica tecnocrática, en desmedro del necesario beneficio al ser humano.

Un modelo que sólo favorece a las grandes potencias, sus transnacionales y a las castas políticas y económicas de los países donde el modelo capitalista se enseñorea, que representa a gran parte de la humanidad.

El requerimiento, desde los centros de poder, es que aquellos que no son parte del poder trilateral capitalista (Estados Unidos, Japón, Unión Europea) se asimilen o se atengan a las consecuencias en esta época de profundas mutaciones, que nos obligó a concebir primero y constatar después, el triunfo de este modelo político-económico llamado Globalización y que genera esta cosmovisión y el objetivo del Pensamiento Único de construir un Mercado también Único, que es el gran objetivo subyacente.

A inicios del nuevo milenio y como parte de un trabajo de tesis para una maestría, sostuve en aquel documento llamado La globalización o el cuento del tío (1) que “nunca antes la humanidad ha tenido tal potencial científico-tecnológico, con la cierta posibilidad de dar respuesta a las necesidades de la humanidad, con una formidable capacidad de generar riqueza y bienestar, como lo podría hacer en la actualidad. Pero también, capaz de presentar la inequidad, desigualdad y la brecha entre ricos y pobres, opulentos y miserables, desarrollo y subdesarrollo, futuro y estancamiento y hasta atraso, que se ha profundizado de la forma como se ha hecho en estos años. La coexistencia de contradicciones marcadas, fuertes, notorias e injustas son el rastro imborrable de los inicios de un milenio marcado a fuego por la presencia e imposición de la injusticia como peculiaridad más indeleble que agonizante, junto a la afectación de todas las instituciones con que la sociedad mundial se ha ido dotando, a través de cientos de años de práctica política”

Entre esas instituciones, que se han visto coartadas se encuentra el Estado-Nación, que ha visto mermada sus capacidades en desmedro del poder adquirido entidades como la Organización Mundial de Comercio, el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) entre otras, unido a los procesos de descentralización, a partir de los cuales se le quita alguna de sus funciones, disminuyendo sus competencias. Alguna vez se habló del conocimiento como poder pero, en la borrachera triunfalista de un Nuevo Orden Mundial GlobalNOMG- ese ideario pasó al poder del conocimiento y sobre la base de ese saber, manejado por las grandes corporaciones transnacionales, se afianzó el reino del ultraliberalismo y la Globalización.

En un artículo publicado recientemente: Neoliberalismo y Covid-1, señalaba que “el Banco Mundial y el FMI se encuentran al acecho de los países. Y con esa conducta rapaz, en su momento, cuando un país o región está en crisis, se presentan estas instituciones como una especie de salvador, proporcionando “facilidades” financieras para resolver los trances económicos de estos países. Las políticas neoliberales obligan a los Estados a arruinar aún más sus frágiles economías bajo las directrices de estos fondos que actúan como verdaderos corsarios. Términos como ajuste fiscal, disminución del papel del Estado, privatización del sector sanitario, educativo y de pensiones son parte de las exigencias si los países recurrentes de apoyo financiero desean acceder a esos fondos ofrecidos” esa realidad nos obliga a cambiar estructuralmente las bases del capitalismo, avanzar hacia sociedades más colaborativas.

El mundo del Tercer Milenio ha mostrado la imposición de un sistema de dominio “intrínsecamente perverso”, donde la riqueza social, conseguida a golpe de reivindicaciones, luchas, prisión, represión y muerte de millones de hombres y mujeres a lo largo de la historia, quedó concentrada en unas pocas manos. Un mundo donde caminamos conscientemente hacia la autodestrucción de la naturaleza. Una etapa histórica donde se ha agravado la brecha social, entre aquellos que todo poseen y aquellos que viven en la miseria (sólo en Chile el 1.0 por ciento de la población acumula el 28 por ciento del PBI total del país) entre ricos y pobres, donde la pobreza se ahonda según se aleja de la holgura soberbia de los poderosos. Un planeta hegemonizado culturalmente y que ha quitado, bajo el resplandor de espejos y vitrinas, los ideales y expectativas de cientos de millones de seres humanos, mudos en una sociedad donde las corporaciones mediáticas imponen “lo que la gente quiere ver y escuchar”, como si de una decisión democrática se tratase.

El Nuevo Orden Mundial Global, surgido tras la caída de los socialismos reales, repite hasta la saciedad, que la panacea tiene nombre omniabarcador, es el edén soñado y a quién se debe obedecer como un Moloch ávido de subordinación y sangre fresca. La maravillosa posibilidad de comunicarnos en tiempo real, en cualquiera de las herramientas tecnológicas, ha posibilitado que a lo menos en este campo, que aquellas fronteras que suelen separar o impedir el libre tránsito hacia mejores perspectivas de vida se difuminen y genera un estado de simultaneidad que tiene, indudablemente beneficios a un amplio sector de la humanidad. Pero también esta maravillosa visión ha posibilitado, que la hegemonía cultural de los poderosos se imponga en un mundo, donde el poder maneja el conocimiento pero también las frecuencias, las rotativas y el people meter.

A causa de la envergadura, la amplitud y celeridad que han adquirido los cambios políticos y económicos se requiere de un permanente esfuerzo colectivo, tanto de carácter nacional como internacional, para extraer las conclusiones más idóneas, que conduzcan a establecer las mejores y más amplias condiciones de igualdad en las relaciones internacionales políticas y económicas internacionales.

El rápido progreso de las ciencias fundamentales, en especial todo el proceso de cambios tecnológicos como la informática, la biotecnología, la Nanotecnología y otras ramas de punta de las ciencias favorece su papel transformador, ya sea en el dominio de las fuerzas de la naturaleza como también en la conversión de la ciencia en una “fuerza productiva directa” en el sentido de la capacidad que tiene de entregar su caudal de conocimientos, para la renovación material y la resolución de numerosos problemas sociales.

La revolución científico-técnica ha desplegado, de manera poderosa, los instrumentos de producción y ha jugado un papel significativo; tanto en el proceso de Globalización como en los cambios en la correlación de fuerzas en la arena mundial particularmente, con la derrota del proyecto socialista. En el momento histórico en que estamos inmersos, con el desarrollo y uso de tecnologías que no se soñaban hace un par de décadas, con un gobierno globalizador que responde al nombre de sociedades de mercados o corporaciones transnacionales y con la necesidad imperiosa de participar en el camino del desarrollo; entender, pero sobre todo luchar contra los mecanismos de dominio y las características del NOMG, junto a las nuevas formas de dominio que los países desarrollados ejercen sobre el conjunto de la humanidad, resulta un imperativo.

Un predominio que conduce a la pregunta de ¿Quién gobierna en el mundo? Aparentemente, esta interrogante queda en una especie de brumosa inquietud. Los defensores a ultranza de la globalización pretenden (1) hacernos creer que esta viene acompañada por el canto de las democracias y la igualdad entre los seres humanos. Pero, la realidad es otra, pues aquellos que están en la avanzada del proceso y por ende reciben mayoritariamente sus beneficios, son los que gobiernan al mundo.



    1. Con esta aparente nebulosa respecto de quienes parecen estar en la sombre del poder, no eludo en modo alguno, la responsabilidad que nos cabe a cada uno de nosotros, como ciudadanos en la actual conformación del mundo. Los gobiernos de los países más poderosos del planeta realizan sus acciones sin contrapeso porque no existe quien se oponga a sus designios y ello es tanto culpa del victimario como de la víctima, del que pretende someter como aquel que indignamente lo acepta.


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¿Trump se prepara para invadir Venezuela al estilo de Panamá de 1989 para su reelección?

Tras sus vacilaciones epidemiológicas sobre el COVID-19 en EEUU —que ha causado estragos en Nueva York, Florida, California e Illinois—, Trump busca un distractor para invadir Venezuela mientras se libra la guerra de precios entre Rusia y Arabia Saudita que ha puesto al borde de la quiebra a la poderosa industria del petróleo lutita en Texas.

Mark Esper, mandamás del Pentágono, anunció la guerra de EEUU contra las drogas en el Caribe y el Pacífico Oriental.

La justificación de Esper se basa en obstruir a "las varias organizaciones criminales que intentan capitalizar" la crisis del COVID-19.

El aparatoso operativo del Pentágono, según Trump, se coordinará entre 22 de los 31 países socios del Comando Sur para incrementar la vigilancia, interrupción y captura del transporte de droga. No especificó cuáles son los 22 países aludidos.

Cabe señalar que México se encuentra doblemente bajo el paraguas del Comando Norte de EEUU como del Comando Sur en su parte caribeña: en la costa oriental de la Península de Yucatán, donde destaca Cancún, y que incluye las islas de Cozumel e Isla Mujeres.

Funcionarios del Pentágono afirmaron que la Marina, la Guardia Costera y la Fuerza Aérea de EEUU se encuentran ya "en guerra con los cárteles de la droga en Latinoamérica", por lo que EEUU "estaría lanzando operaciones mejoradas antinarcóticos en el mar Caribe y en la parte oriental del Océano Pacífico.

El Gobierno de Venezuela rechazó las amenazas, y su canciller Jorge Arreaza puntualizó que EEUU debe "tomar acción para proteger sus fronteras descuidadas y vulnerables a las drogas que se originan del tráfico colombiano".

Por lo pronto, varios navíos de la Marina de EEUU se han desplegado frente a las costas de Venezuela.

La semana anterior, EEUU había colocado al presidente Maduro como criminal narcoterrorista, con otras personalidades de la columna vertebral militar y política del país, ofreciendo 15 millones de dólares por la captura del presidente venezolano, lo cual se daba al unísono de la salida de la petrolera rusa Rosneft para todas sus operaciones petroleras en Venezuela.

Maduro arremetió contra Trump, a quien calificó de "cowboy racista".

A mi juicio, caben dos hipótesis.

La primera, una que un servidor había propalado como un trueque geopolítico de Venezuela por Ucrania, lo cual fue obscenamente expuesto por la anterior directora del Consejo de Seguridad Nacional de EEUU con especialidad en asuntos de Rusia y Europa, Fiona Hill, —una súbdita del megaespeculador George Soros— durante las audiencias del impeachment en la Cámara de Representantes.

La segunda, en los momentos de la guerra de precios entre Arabia Saudita y Rusia y el consecuente desplome al borde de la quiebra de la industria del petróleo o gas lutita que afecta especialmente al estado de Texas —hoy en manos del Partido Republicano y que cuenta con 38 votos electorales—. Es el segundo lugar después de California que ostenta 55 votos electorales, y EEUU pone en jaque las pletóricas reservas petroleras de Venezuela, las máximas del mundo cuando se suman el petróleo convencional y el no convencional o petróleo pesado después de haber adquirido las reservas de petróleo en la parte mexicana del golfo de México que le regaló la dupla Peña/Videgaray como parte de la entreguista reforma energética que heredó a contrapecho el presidente nacionalista López Obrador.

Como corolario de mis dos hipótesis, agregaría la necesidad imperativa de una invasión que ha sido la constante de todos los presidentes de EEUU y que ahora quizá Trump busque aplicar: ya sea en el norte de México, ya sea en el Caribe, en particular, en Venezuela, como rezan sus enemigos cubanos en el exilio del Partido Republicano de Florida cuyos 29 votos electorales (a la par de Nueva York) se encuentran en juego para la elección del primer martes de noviembre.

Ya en enero EEUU había enviado el navío USS Detroit que navegó frente a las costas de Venezuela para presionar a Maduro, como comentó sin desparpajo el almirante Craig Faller, mandamás del Comando Sur.

La realidad es que todas las maniobras y sanciones económicas de EEUU no han podido imponer al espurio presidente interino Juan Guaidó, quien pronto será arrojado por debajo de un autobús. Por lo que el secretario de Estado y exdirector de la CIA Mike Pompeo ha manifestado su deseo tramposo de colocar "un Gobierno de transición democrático" donde no aparezcan ni Maduro ni Guaidó.

Resalta la narcohipocresía de la administración Trump cuando el espurio Juan Guaidó ostenta su obscena asociación con Los Rastrojos: el cartel narcoparamilitar de Colombia.

No faltan observadores de la región caribeña que rememoran la Operación Causa Justa de 1989 —al unísono de la caída del Muro de Berlín y la salida del Ejército soviético de Afganistán—, cuando EEUU invadió Panamá para derrocar y capturar al presidente Manuel Noriega, que había sido su socio obsceno.

Ya desde hace mucho, el muy influyente senador Lindsey Graham, prácticamente uno de los más cercanos confidentes de Trump, había incitado a la invasión de Venezuela para que el presidente de EEUU propinara un golpe de timón, similar al que dio el presidente Reagan cuando invadió la diminuta isla de Granada en 1983.

María Zajárova, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia, indicó que EEUU se aprovecha de la "difícil situación epidemiológica en Venezuela" para intentar destituir al presidente legítimo de Venezuela.

Como coartada de la invasión a Venezuela, ahora bajo el pretexto del combate al narcotráfico —que curiosamente EEUU ha cobijado desde el eje Los Andes, Colombia y los cárteles mexicanos—, el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Conjuntas de EEUU, el general Mark Milley, sustentó que el espionaje estadounidense exhibe que los cárteles de la droga intentan tomar ventaja de la crisis del coronavirus e"infiltrar estupefacientes adicionales" a EEUU.

El general Mark Milley sentenció que 70.000 estadounidenses mueren en promedio al año debido a los estupefacientes y enfatizó que EEUU libra una triple guerra simultánea: contra el COVID-19, contra los terroristas y contra los cárteles de las drogas.

En forma ominosa, el general Milley anunció el arribo de embarcaciones provenientes del Comando Indopacifico y del Comando Europeo, al unísono de la flota naval de Norfolk, que han zarpado al Caribe.

No es nada improbable que en este coreográfico despliegue militar de Trump se genere una invasión a ciertas partes de México donde operan los cárteles, como ha reiterado el procurador Bill Barr, quien insiste en que una de las máximas prioridades del Departamento de justicia de EEUU consiste en destruir a los cárteles mexicanos de las drogas, como también ha enunciado el portal The Federalist, muy cercano a Trump.

EEUU, con demócratas o republicanos por igual, ha ido recuperando y/o neutralizando al "Gran Caribe" —el mar Mediterráneo de EEUU—, donde nació históricamente el poder geopolítico de EEUU.

Cabe señalar que la balcanización de México, así como las invasiones de EEUU a México y Venezuela, no son nuevas. Solo se actualizan de acuerdo con las circunstancias cuando Trump busca reelegirse por cualquier medio que fuere.




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