→ ¿votaron a Milei por miedo a que estallara todo al día siguiente si perdía?
→ ¿todavía se acuerdan de los tiempos de Alberto?
→ ¿son todos gorilas, tilingos, oligarcas y vendepatria? ¿tienen la subjetividad formateada por los medios hegemónicos y las redes antisociales?
→ ¿el peronismo ya no interpela y gran parte de sus dirigentes no entiende el momento histórico que vive nuestra sociedad actual?
→ ¿Cristina ya fue? ¿hay que tocar nuevas canciones? ¿hay que sonreír como Máximo?
→ ¿el peronismo hizo la plancha? ¿algunos dirigentes solo se preocupan por sus quintitas?
→ ¿seguimos con la tiza y el carbón... en tiempos de algoritmos?
→ ¿si ya no pesa el movimiento obrero en tiempos de tecnofeudalismo... qué hacemos con los millones de monotributistas, jubilados, desocupados, cartoneros y repartidores de pizza?
→ ¿la calle, las marchas y las movilizaciones pasaron de moda?
→ ¿cuándo vamos a aplicar "con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes"?
→ ¿si Cámpora viviera, les daría una patada en el culo a los de La Cámpora?
el peronismo fue derrotado en prácticamente todo el país por La Libertad Avanza, obteniendo el 31% de los votos. Los libertarios ganaron las provincias más pobladas y llegaron al 40%. Entre ellas, se impusieron en CABA, Córdoba, Santa Fe y... provincia de Buenos Aires, donde hace solo dos meses el justicialismo había logrado una diferencia de 14 puntos.
Con la elección muy en caliente, van algunas cuestiones para seguir debatiendo:
- Una derrota así, que hay que sumar a la de 2023, deben obligar al peronismo a asumir que está en una crisis muy profunda. No puede ser que, por lo pronto, sus elites no se hagan cargo de nada. ¿Nadie se retirará o se correrá a lugares de menor responsabilidad político-institucional?
- Para los que nos formamos en el peronismo kirchnerista esta bomba atómica nos interpela de forma muy profunda, en nuestra identidad. Tenemos que reconocer - por fin, alguna vez - que muchísima sociedad cree que el kirchnerismo representa un pasado que hay que dejar atrás, incluso acordando que muchos de sus políticas, valores o concepciones puedan ser recuperadas hoy. Pero hay una dirigencia, una forma de pensar la política, determinadas concepciones económicas o ideológicas, que son muy rechazadas por un muy diverso abanico social, que incluye a no peronistas, por supuesto, pero también a muchos peronistas. Y tienen argumentos que hay que escuchar y con los cuales, en muchos casos, podemos acordar.
- El peronismo fingió demencia e hizo como si el Frente de Todos no hubiera existido ni la gente tuviera una muy mala consideración de su propuesta. No alcanzó con correr a Alberto y culparlo de todos los males ocurridos. Era obvio pero se decidió no hacerse cargo. Mejor seguir bailando...
- En ese contexto, el gobierno de Milei logró imponer el clivaje kirchnerismo-antikirchnerismo: le funcionó el "no volvamos al pasado". Nadie quiere otro Frente de Todos (pero claro que no) y el peronismo se lo dejó en bandeja. ¿El debate sobre el "ajuste" quedó relegado a un segundo plano o mucha gente considera que fue necesario y relativamente bien implementado?
- La diferencia de votos en el peronismo entre septiembre y octubre en provincia de Buenos Aires puede explicarse justamente porque en la elección provincial el justicialismo apostó por un armado más amplio, con mayor peso de los jefes territoriales, donde hay esquemas kirchneristas, no kirchneristas, muy kirchneristas y muy poco kirchneristas. Eso cohesionó el voto peronista más diverso, algo que se perdió en octubre cuando la nacionalización de la elección volvió al centro de la discusión "kirchnerismo si o no". Muchos votantes peronistas no k tal vez decidieron apoyar el no.
- ¿Había que desdoblar? Hacerlo le permitió al peronismo bonaerense - provincial y municipal - defenderse del rechazo que el kirchnerismo tiene cuando se nacionalizan los debates. Al contrario de lo que pensó Cristina Kirchner: la provincialización favoreció al peronismo porque no lo puso a hablar sobre proyecto de país. Ahora: el triunfo de septiembre fue contraproducente para la contienda nacional al despertar el rechazo antikirchnerista (en los no peronistas y en los peronistas no k) lo que le permitó a Milei, tal vez, zafar de que se plebiscitara el ajuste.
En las elecciones presidenciales del año 2003, en primera vuelta, la suma de votos de Carlos Menem y Ricardo López Murphy fue del 40,8%. Es decir, después de la debacle neoliberal, había un sector de la ciudadanía argentina que seguía optando por esta vía conservadora.
En el año 2019, en el peor momento del macrismo, luego de cuatro años de un muy mal Gobierno, en primera vuelta, Juntos por el Cambio obtuvo el 40,2%. De nuevo, un porcentaje parecido que seguía optando por esa misma opción conservadora.
Y, ahora, en las legislativas intermedias, el mileísmo obtiene el 40,8% a nivel nacional para Diputados a pesar de los múltiples escándalos de corrupción, de una economía intervenida desde Estados Unidos e insostenible financieramente y de un Mal Vivir generalizado.
Este 40% no falla. Siempre vota igual. Siempre elige la misma opción política. Siempre hay 4 de cada 10 argentinos que prioriza la alternativa conservadora próxima a sus convicciones ideológicas más allá de todo lo que haga mal en el día a día.
Este 40% no es un 40% favorecido por el mileísmo. No lo es ni económica ni socialmente. La gran mayoría de ese 40% no vive mejor. Todo lo contrario. Sin embargo, le da igual, porque está votando por un corpus de ideas y valores, que siempre antepone el odio y el miedo a que gane el adversario político.
Este resultado electoral de Javier Milei, en un contexto actual tan adverso (y teniendo en cuenta que venía de una derrota importante hace menos de dos meses en la Provincia de Buenos Aires a nivel legislativo), se explica por un surco profundo de la sociedad argentina que se cuantifica en este 40%.
La victoria de Milei, más allá de la mirada coyuntural, reside en haber logrado cohesionar y representar -al menos por ahora- a este 40%.
Pero también es importante mirar la contracara política de toda cita electoral. Milei no ha podido ampliar ese núcleo societal conservador. A menos de dos años como presidente, ya queda lejos su 55% de la segunda vuelta de las presidenciales del año 2023; o el 53,9% que sumaron la Libertad Avanza y Juntos por el Cambio en las legislativas del año 2023; o el 47,6% de la suma de las mismas fuerzas en las legislativas del año 2021.
En otras palabras, el mileísmo se queda con lo que siempre fue ese espacio político argentino: un 40% fiel y dispuesto a todo para que no gane su rival histórico.
Se trata de un 40% al que no le molesta que Trump hablé de los ‘muertos de hambre de la Argentina’, ni que sea una economía totalmente intervenida desde el FMI y el Tesoro de los Estados Unidos, ni que se empobrezca y apalee a los jubilados, ni que el precio del litro de leche haya pasado de 450 a 1.600 pesos, ni que el candidato estrella liberal Luis Espert haya sido vinculado con el narcotráfico, ni las coimas de la hermana del presidente, ni la criptoestafa del presidente, ni que la deuda en dólares esté por encima de los 300 mil millones de dólares, ni que exista un centenar de muertos por fentanilo contaminado, ni que le quite dinero a las universidades públicas o desfinancie al Hospital Garrahan, ni que el encaje bancario sea de los más altos del mundo, ni que el salario mínimo real haya caído un tercio, ni el derrumbe de las ventas minoristas, ni la reducción del consumo interno de carne, ni del cierre de empresas, etc.
No obstante, aunque ese 40% sea significativo, es importante no confundir el todo con la parte, por muy importante que sea esta parte, y por muy determinante que sea esta parte en clave electoral en estos momentos.
Toda la sociedad argentina no piensa como ese 40%.
Es por ello que no hay que eclipsar que existe otra sociedad argentina, el otro 60% que no comulga con ese modelo mileísta. Pero que no encuentra un espacio común, ni política ni electoralmente.
En el seno de este bloque hay una fuerza electoral mayoritaria, que por el momento no es suficiente por sí sola para ponerle freno al mileísmo. Fuerza Patria logró el 35%, un valor muy parecido a la media obtenida por esta fuerza en las últimas ocho citas legislativas a nivel nacional. El resto, el 25%, votó a otras alternativas.
Es por ello fundamental entender y asimilar que se trata de un bloque heterogéneo, no mileísta y no conservador, con rasgos sociodemográficos disimiles, con culturas políticas variadas, que no tiene preferencias coincidentes respecto a los liderazgos, con códigos y lenguajes diferenciados, y que se informa no siempre por las mismas vías.
Pero en esa amalgama sí que hay algo que les une más allá de no votar a Milei: sus preocupaciones cotidianas, mayoritariamente las económicas. Seguro que en ese 60% hay mucho más interés por escuchar propuestas certeras para resolver el problema de su vivienda habitual en vez de escuchar hablar tanto de los turistas que van al extranjero a comprar barato (que son como mucho un 10% del país, que en buena parte vota a Milei); seguro que prefieren que mejore el sistema público de salud que sufren a diario en vez de escuchar hablar tanto de las prepagas privadas (que son como mucho un 10% del país, que en buena parte vota a Milei). Y, así, se podrían encontrar muchos otros ejemplos de ‘cosas’ potenciales para ‘juntar’ esa heterogeneidad antimileísta.
En buena medida, este hecho, esta desatención parcial de lo que le preocupa a la mayoría, explica la bajísima participación de las últimas elecciones legislativas intermedias.
Y, así, la alta abstención más la fragmentación antimileísta ocasionó el resultado que ya todos conocemos en Argentina.
Mientras Axel Kicillof intentaba ponerle palabras a la derrota de Fuerza Patria, las cámaras enfocaron un rostro que decía más que mil discursos. Máximo Kirchner, sentado a pocos metros del gobernador, no pudo ocultar sus gestos: miradas cruzadas, cejas arqueadas y una sonrisa que parecía contener algo más que incomodidad. Nadie entendía si era ironía, bronca o un pase de factura silencioso. Pero lo que sí quedó claro es que las caras de Máximo hablaron más fuerte que las palabras de Kicillof.
El clima en el escenario era tenso, y cada gesto del diputado sumaba un nuevo capítulo al misterio interno del peronismo bonaerense. Algunos lo leyeron como desaprobación, otros como resignación. Pero todos coincidieron en algo: fue imposible no mirar a Máximo.
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