sábado, 18 de abril de 2020

HACIA LA RENTA BÁSICA UNIVERSAL




En el marco de la emergencia sanitaria por la pandemia declarada, en la Argentina, el Gobierno Nacional ha dispuesto un Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) para trabajadores informales y monotributistas de las primeras categorías. Si bien es un bono de $10.000, que busca paliar el impacto de la emergencia sobre la economía de las familias argentinas más afectadas, y no una renta básica, pero el principio se asemeja bastante. El puntapié inicial está dado por el Gobierno de Alberto Fernández...



Además de esta iniciativa, que ya se ha comenzado a cobrar en la Argentina, el 17 de marzo el Gobierno de Alberto Fernández anunció una bateria de medidas extraordinarias frente a la situación en Argentina de la nueva pandemia que abate al mundo.

En la nota de opinión publicada por nuestro medio alternativo Redcom "Argentina | Renta Básica: ante una situación extraordinaria, medidas extraordinarias", proponíamos que "toda la población tuviera modestamente la existencia material garantizada"… y nos preguntábamos "¿hasta fin de año? ¿Es mucho pedir? ¿Se trata de una propuesta escandalosa? Una renta básica de un salario mínimo mensual para toda la población hasta final de año, por ejemplo. ¡Hasta final de año! ¿Es pedir mucho? Porque esto es menos dinero que lo que algunos han fugado de nuestra Argentina.

Se han hecho proyectos de financiación de una renta básica desde hace tiempo para tener que repetir una vez más lo obvio. Por supuesto que la renta básica, que algunos la han rebautizado ante la situación actual como “renta de cuarentena”, acompañada de más medidas como algunas ya adoptadas, esto se da por supuesto. Aquí sólo queremos apuntar la necesidad urgente de una renta básica.

Se repite insistentemente que ante una situación extraordinaria se trata de ofrecer medidas extraordinarias. La renta básica sí sería una medida extraordinaria ante una situación extraordinaria.

Pero garantizar la existencia material de toda la población quizás parezca demasiado extraordinario para algunos. Y cuando recordamos lo rápido, fácil y contundente que resultó pagar las deudas odiosas, es decir, estatizar las deudas privadas, nadie puede acusarnos de hacer la comparación. Solo sacar conclusiones.

A principios de marzo, el teórico del precariado, Guy Standing, escribía:

“... Sería mucho más apropiado aprovechar la situación para introducir un sistema de renta básica, para empezar, al menos, mientras se prolongue la pandemia, que dé a cada ciudadano del país una modesta retribución mensual sin condiciones, como derecho.”

Efectivamente, esta propuesta de Standing no está aislada. Son multitud las voces, los artículos, las redes sociales, los activistas sociales o los académicos que demandan una asignación monetaria incondicional a toda la población. Si un Gobierno tiene el objetivo de “rescatar a sus ciudadanos” tiene más sentido que nunca que las personas cuenten con recursos, tengan o no empleo, para poder hacer frente a la difícil situación actual y la peor que se avecina.

Para Standing, la base y punto de partida de esta cuestión está en la redistribución del sistema, en la reorientación del concepto de trabajo “No es añadir gasto sino cambiarlo”. No se trata de acabar con las políticas sociales, tan necesarias para determinados colectivos sino de “reorientar el concepto de trabajo y de tiempo”. Estimular, transformar la forma de cómo se debe redistribuir el tiempo y reorientarnos para poder desarrollar diferentes actividades y no basar nuestra existencia en un único trabajo como forma de vida.

Cofundador de la Red Global de Renta Básica, autor de libros como La Corrupción del capitalismo (Pasado & Presente), Standing subraya que la ayuda social, entendida como subvención, tan aplicado en países como España, es “el mayor desincentivo que existe. Es un sistema horrible y que está creando trampas de pobreza”. Y cree que el creciente “mercado negro”, en el que se sustentan muchos países es fruto de un “excesivo” paternalismo estatal a la gran empresa, que solo contribuye a “desincentivar la economía” y que sólo consigue que la gente “trabaje de forma desigual” y en “peores condiciones”.

Standing hace hincapié en tres aspectos claves para secundar la renta básica universal: justicia social, seguridad y desigualdad, ligado al sentido de soberanía económica. Tres focos en los que centra sus reflexiones para atajar el “precariado” en los que están inmersos los trabajadores fruto de la globalización. Término que él mismo acuñó para referirse a las personas que sufren de inseguridad laboral, de inseguridad de identidad y falta del control del tiempo.

Existen ejemplos prácticos que ya se venían llevando a cabo en países como Alaska o Noruega, donde las políticas han incentivado la construcción de fondos permanentes, nuevas formas de financiación, de inversión de las rentas para recoger retornos para luego pagar a cada ciudadano.

Pero algunas de estas teorías también son muy criticadas como utopías inasumibles que la sociedad del bienestar no se puede permitir. Sin embargo, para Standing son argumentos “falsos” y alude que es cuestión de prioridades.

“Queremos que siga creciendo esa desigualdad? Porque “cuando llegó la crisis, allá por el 2007, todos los Gobiernos encontraron dinero para dárselo a los bancos, a los que nos habían metido precisamente en esa situación, así que dinero hay… Entonces, ¿¡Qué tipo de justicia es esa!?”

Hoy en la Argentina, estos mismos intereses vuelven a mostrar sus garras cuando se ven amenazados por el pago de un impuesto a las grandes riquezas, para hacer frente a la emergencia.

Lo cierto es que todas las crisis parecen llamadas a cambiar el mundo. La Gran Recesión de 2008 iba a ser la de la refundación del capitalismo. La de deuda soberana del sur de Europa, la que sentaría las bases de una nueva Unión más solidaria. Y ésta, la del coronavirus, “escribirá un nuevo mundo con otras reglas”, según apuntaba la semana pasada el comisario europeo de Mercado Interior, Thierry Breton. Lo más probable es que, como en las dos ocasiones anteriores, ese axioma se lo acabará llevando el viento y el giro de timón se quedará en apenas buenas palabras.

Sin embargo, lejos de los discursos altisonantes y fuera de los grandes focos, algunas ideas comienzan a enraizar: la renta básica (universal o no), una suerte de garantía de ingresos a lxs ciudadanxs por el mero hecho de serlo, ha sumado más adeptos en apenas unos días que en años, dando un salto exponencial en el debate público y presentando una sólida candidatura en el menú de posibles soluciones para salir de la crisis económica y social provocada por la pandemia. Y, algo aún más importante, empieza a calar en el terreno de los hechos, con distintos Gobiernos poniendo en marcha sus versiones propias de esta herramienta para combatir una recesión que ya es, en palabras de la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, “tan mala o peor como la de 2008”. Lo cierto es que esta crisis, o mejor dicho la profundización, proviene de aquella, conjuntamente con la recesión provocada, y de la que nunca hemos salido.




Estados Unidos, un país en el que el debate sobre la renta básica quedaba recluido a ámbitos académicos relativamente estancos y a propuestas electorales minoritarias, como la del excandidato demócrata a la nominación presidencial Andrew Yang, ha dado un primer y decisivo paso en esa dirección: dará a sus ciudadanos 1.200 dólares de una tacada, una cuantía que se reduce gradualmente para quienes ganan más de 75.000 dólares al año y que solo deja fuera a aquellos que ingresan 99.000 dólares o más. El objetivo, según la Casa Blanca, es tratar de paliar la merma de ingresos y asegurar lo esencial. “Los fundamentos son idénticos [a lo que propongo]: es una transferencia directa a individuos y hogares”, ha reconocido Yang en declaraciones a la radio pública NPR.

“La gran diferencia es que yo sugiero que sea a perpetuidad, como un derecho básico de ciudadanía para cubrir las necesidades básicas y el paquete de estímulos está diseñado para durar solo unos meses”.

En paralelo, Brasil acaba de anunciar un esquema de pagos -en este caso, mucho más lejos de la universalidad- de casi 180 dólares mensuales (la mitad del salario mínimo) durante un trimestre para 60 millones de trabajadores informales. Y España ultima estos días una renta mínima que, parece, estará en el entorno de los 440 euros al mes, en línea con la ayuda aprobada la semana pasada para los trabajadores temporales que se queden sin empleo por el parón económico desatado por el virus y con lo que propuso la autoridad fiscal (la Airef) el verano pasado. El objetivo será, de nuevo, proteger a los colectivos más vulnerables. En otros países europeos, como el Reino Unido, el “ingreso universal de emergencia” también ha irrumpido en la Cámara de los Lores y en la de los Comunes, pero aún no ha permeado en el tan conservador como heterodoxo primer ministro, Boris Johnson.







¿Por qué una renta básica y por qué ahora?

Porque es una herramienta útil para contener la emergencia social que sufren quienes de la noche a la mañana se han quedado sin ingresos. Pero además, será una herramienta útil para reactivar la demanda cuando se pueda ir levantando la cuarentena.

La implementación de la renta básica posibilitaría (de acuerdo al volumen de la transferencia): acabar con la pobreza estructural, cubrir el costo de la canasta básica de alimentos, tener las condiciones materiales de existencia mínimas garantizadas por el Estado, desmercantilizar la fuerza de trabajo (siempre que el ingreso permitiera la libertad de no ser empleado; pensemos en términos de “grados de desmercantilización” como por ejemplo el derecho a percibir una jubilación o una pensión).

En América Latina y en el resto del bloque emergente, donde la informalidad (personas que trabajan, pero son totalmente invisibles para el Estado) alcanza cotas infinitamente más altas que en en el resto de Occidente, la gestión de la crisis está siendo y será mucho más complicada.

“En estos países, que todavía están en una fase inicial de la pandemia, la renta básica debe aplicarse tan rápidamente como sea posible: no puedes comprar jabón ni tener agua limpia sin el dinero necesario para ello, y es más sencillo transferirlo directamente a la gente que organizar un esquema complejo de subsidios”, apuntaba Guy Standing.

En Latinoamérica, una región atravesada por la desigualdad y la pobreza, y donde, por tanto, su sentido se multiplica, entregar a todos los hogares el equivalente al umbral de pobreza tendría un coste para el erario equivalente tan solo al 4,7% del PIB, según un reciente estudio de la Cepal. “No costaría tanto y daría seguridad económica en un momento de enorme incertidumbre”, remarca la secretaria ejecutiva del organismo, Alicia Bárcena. “Esta crisis nos invita a repensar la economía, la globalización y el capitalismo. Se requieren soluciones innovadoras y la renta básica es una de ellas”. La utopía está más cerca que nunca de convertirse en realidad.

En esta coyuntura ha brotado la discusión sobre la necesidad de implementar una renta básica, pero "tenemos que ser muy cautelosos porque nuestros antagonistas de clase también están incentivando esta propuesta". ¿Dónde estaría la diferencia entonces, se preguntarán?. Esta radica en que una Renta Básica Universal sin las prestaciones que brinda un robusto Estado de Bienestar sería solamente una inerte propuesta liberal, que sólo "brindaría niveles mínimos de subsistencia".

    → Si queremos una verdadera renta básica, republicana y democrática, tenemos que luchar porque retornen las instituciones que hicieron fuerte al Estado de Bienestar que alguna vez supimos conseguir. La renta básica es una remuneración complementaria que mejoraría las condiciones materiales para la libertad.

Ya hace más de una década que se implementó la Asignación Universal por Hijo (AUH). Como dijo en su momento el belga Philippe Van Parijs, había que conseguir un cauce o canal, con el suficiente consenso social "en que podamos verter la propuesta de transferencia monetaria por título de ciudadanía". Creemos que con la AUH se ha logrado, ya que ahora este derecho de asignación familiar ha logrado pregnancia social. Esta política pública difiere de la renta básica en la condicionalidad que requiere, y en el volumen monetario de la transferencia. Pero la diferencia sustancial está en que con la renta básica universal recuperaremos un derecho, y que es el principal de todos: el derecho a la existencia.

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1 comentario:

  1. Este concepto de la renta básica vendría unida a una cierta "paridad" con los precios, por tanto debe existir una decidida acción para defenderla del ataque de la inflación, siempre ganadora en la historia de nuestro país, porque o se incrementa de acuerdo a índices inflacionarios o el esquema cae.
    Puede que en otros paises de moderada inflacion funcione, no en el nuestro, a menos que se actualize, quizás mensualmente.

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