La ciudad no es la misma para todos y cada uno de los que la fatigamos. Hay diversas Buenos Aires, una inclemente, otra fashion, una abandónica, otra reluciente, una infernal, otra de alta gama.
Y hay diversas humanidades. Hay quienes huelen bien y otros no tanto. Hay quienes viajan 2 horas para llegar a destino y otros van en auto con aire acondicionado y musica de moda. Hay quienes trabajan para comer, y otros que comen de más sin trabajar. Hay hijos y entenados.
Hay matices que lastiman, contrastes que indignan, paradojas de la ciudad puerto que sigue a contramano de las necesidades insatisfechas, en la avenida de la especulación y el negociado, con un intendente ausente aunque sonría por televisión.
Hay luces en el centro, angustias en el sur, y lujos en el norte. Son pocos pero hacen ruido. Mucho lujo. Mucho ruido. Los señores y señoras buena gente hasta se dan el lujo de quejarse por no poder comprar dólares para guardar en sus cajas de seguridad o gastar en sus viajes y vacaciones. Si ese no es un lujo el lujo dónde está.
Hay cacerolas y ollas tiznadas en los fogones de la solidaria comida colectiva, y cacerolas y sartenes de teflón que nunca se ensuciaron porque sus dueños comen a la carta en restaurantes gourmet. Así está la cosa, en la ciudad que nunca duerme, algunos están de joda, y otros desvelan afuera del incendio o el derrumbe artero.
Nosotros, arquitectos y vecinos, prójimos y sufrientes de la misteriosa Buenos Aires, nos encariñamos con un costado de la misma, el pedazo pobre que besa el río riachuelo, con sus casas pobres, con sus conventillos, con sus no casas, con sus villas, y su agua sucia que ya no tiene barcos y nadie sabe cuándo volverán.
Sabemos como cambiar la historia, luchamos contra molinos de vientos, molinos de ideas, molinos de futuros, pero no estamos locos ni alucinados, amamos a nuesta Dulcinea Buenos Aires con toda su gente adentro, sus colores y sus voces y sus barcos navegando.
Daniel Mancuso
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