EL ORDEN DE LA OLIGARQUÍA LIBERAL
• Pero ya no estará en cuestión la estructura semicolonial que a su vez fija el marco cultural en que se desarrolla la lucha política. El sistema de valores cumple en cualquier sociedad una función integrativa, pero no porque resulte del consenso nacional, sino porque la minoría dominante tiene el poder para imponerlo coactivamente; toda resistencia que pretenda reabrir aquella cuestión esencial es un brote de barbarie que el ejército nacional se encarga de arrasar sin misericordia.
Quedarán partidos perfilados por su composición y tendencias, pero el estallido de sus contradicciones no alterará las bases ideológicas resguardadas por la simetría ideológica. Para la comprensión del fenómeno peronista en su primera etapa y en la actualidad (1964), es preciso considerar primero esas estructuras contra las cuales se alzó.
“¿Cuál es la fuerza que impulsa ese progreso?
Señores, ¡es el capital inglés!”
Bartolomé Mitre
“La oligarquía impuso un orden legal y un orden jurídico de estructuras extraordinariamente liberales para el poderoso, y extraordinariamente tiránicas para el disminuido de riquezas” Raúl Scalabrini Ortiz
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Buscó siempre imponer un gobierno al resto del país para convalidar una política que arruinaba a las provincias mediterráneas con el libre cambio, y perjudicaba a las litorales con el embotellamiento del comercio por el puerto de Buenos Aires. Para aplastar la resistencia del interior, no vaciló en descuidar la guerra de la Independencia. Así como también, prestándose a la estrategia inglesa, apuñaló tres veces por la espalda a los orientales y cedió en un tratado de paz, lo que nuestros soldados habían obtenido en la batalla de Ituzaingó. Su sórdida estrechez de tenderos costó la separación de las provincias del Alto Perú, y el aislamiento del Paraguay, la segregación de la Banda Oriental, el exilio de San Martín.
La superestructura de la colonia se encarga de reprimir a los anarquismos desintegradores del orden económico proimperialista, de velar para que los ciudadanos no sean perturbados con pérfidas incitaciones liberacionistas, y de sembrar los ideales civilizadores que apaguen las vivencias empecinadas del salvajismo autóctono.
Nuestra clase oligárquica redujo la chusma al papel de productora de riquezas, en beneficio del imperio británico, del cual fue brazo ejecutor y copartícipe en el botín. El pueblo insumiso que peleara en la Independencia, en Ituzaingó, en la Vuelta de Obligado, fue declarado raza inferior condenada a la extinción, ahora que la Argentina se moldearía de acuerdo con la imagen que los extranjeros habían impreso en la mente de la "Gente Decente" (como se decía entonces). Se les quitó las tierras para darlas "de yapa" a los concesionarios ferrocarrileros o extender los fondos del privilegio, se lo excluyó de los repartos porque se le negó la capacidad que se atribuía sin discusión alguna al inmigrante, se lo privó de todos los derechos políticos y civiles.
También habría de eclosionar bravíamente la montonera reclamando contra la guerra de genocidio que el mitrismo llevara al Paraguay, conforme la estrategia británica. Pero era una lucha perdida de antemano: Felipe Varela y López Jordán -junto a éste estaba José Hernández- fueron tentativas postreras de una Argentina que había quedado indefensa.
El invasor había finalmente transpuesto nuestras fronteras y la sangre que tantas veces corriera generosamente para cerrarle el paso, fue ahora derramada en su holocausto por la casta apátrida que lo servía.
En el lapso 1862-68 hubo en las provincias 117 revoluciones y 91 combates con cerca de 5.000 muertos, lo que da una idea de la índole "democrática" del gobierno de Mitre.
Sobre esta tierra arrasada, la oligarquía proclamó los ideales de "progreso" consagrados en una Constitución copiada, y en el mismo sistema jurídico que la complementó. No es extraño que 100 años más tarde -como se vio en la parodia de 1957- los cipayos sigan considerando como la obra maestra y cumbre del Derecho el engendro de 1853, que enriqueció en forma perpetua a los ricos al legalizar el sistema y la omnipotencia foránea. Los principios ideológicos del liberalismo -ideología de la clase burguesa durante el período cenital en las naciones adelantadas- eran las consignas del desastre para un país que se hallaba en estadios inferiores de desarrollo; su transplante servil nos dejó a merced del extranjero y nos deparó un siglo de economía deformada y tributaria, de empobrecimiento, de exacciones, de imposibilidad de desarrollo autónomo.
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“La conquista del poder cultural es previa a la del poder político, y esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados 'orgánicos' infiltrados en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios”. Antonio Gramsci
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En estos idílicos tiempos, que tanto añoran los conservadores, el país sufría inmediatamente los efectos de cualquier contracción en los países industrializados. Estos eran periódicamente sacudidos por la crisis que llegaban aquí con violencia multiplicada al reducir la demanda de nuestras exportaciones y simultáneamente el precio que se nos pagaban por ellas. Además, justo cuando nuestro país entraba en crisis, Gran Bretaña drenaba nuestras reservas de oro agravando la situación. Sin embargo, las clases dirigentes ponían todo su empeño en mantener el crédito internacional de la Nación a toda costa. Un presidente diría que “es necesario economizar sobre el hombre y la sed de los argentinos”.
YRIGOYEN Y SUS ENEMIGOS
Fue Yrigoyen quien, orientándose como pudo, infligió serias derrotas al aparato que asfixiaba al país.
El Yrigoyenismo fue un movimiento de masas que expresaba la tendencia al crecimiento del país, frenado por la alianza de la aristocracia latifundista y el imperio británico.
En el gobierno tuvo entre otros méritos, el de cumplir con su promesa de no enajenar ninguna parte de la riqueza pública ni ceder el domino del Estado sobre ella. En un asunto clave como el ferroviario su acción fue fecunda y demostró una comprensión cabal cuando, al vetar la ley del Congreso que traspasaba las líneas del Estado a una empresa mixta, afirmo en el Mensaje: “el servicio público de la naturaleza del que nos ocupa ha de considerarse principalmente como Instrumento de Gobierno con fines de fomento y progreso para las regiones que sirve”. El apoyo a YPF, la tentativa de crear un Banco del Estado y un Banco Agrícola, la compra de barcos, etc.., son otras tantas pruebas de su orientación nacionalista.
Su política internacional fue digna, altiva, independiente y retomó el sentido latinoamericanista que poseían los hombres de la Independencia y que se perdió a mediados de siglo pasado.
Es bueno insistir sobre el manto de plomo que recubría la cultura del país. Las voces solitarias de aquí y allá querían agregar un aporte renovador, estaban fuera (o se las dejaba rápidamente) de los medios de difusión capaces de amplificarlas hasta influir en la conciencia política nacional. La transición a concepciones políticas más adelantadas y claras que producirse dentro del radicalismo, cosa que no ocurrió. Fuera de él, en las fuerzas organizativas, había un páramo ideológico.
El Partido Conservador, representante de la oligarquía terrateniente, no se resignó a la pérdida del gobierno ocasionada por la aplicación del sufragio libre. Mientras esperaba la hora de recuperar el poder por la violencia, su táctica consistió en unir todas las fuerzas posibles bajo el lema negativo de hacer antirradicalismo (luego, cuando contó con aliados en el propio radicalismo, su bandera sería el “antiYrigoyenismo”).
El aliado más consecuente que siempre tuvieron los conservadores fue el Partido Socialista, que no sólo los acompañó en las maniobras concretas contra el radicalismo, sino que también lo haría contra el peronismo.
Buenos Aires, puerto de factoría que servía a la intermediación importadora-exportadora, centro burocrático al que convergían los inmigrantes y los criollos desplazados por el latifundio, era la única realidad que veían –incompleta y erróneamente, además- los socialistas. Por el resto del país sentían el mismo desprecio que los “civilizadores” mitristas y rivadavianos.
La gran mayoría de los explotados estaba en el campo: eran los peones de la estancia, los obrajeros, los hijos de la tierra convertidos en mano de obra miserable.
La Argentina quedaba seccionada en una porción industrial y en otra que no lo era, cuyos respectivos asalariados se incomunicaban entre sí y perseguían objetivos contrapuestos. Era una estrategia que podía deparar algunas mejoras a sectores reducidos del proletariado (creando nuevos motivos de desunión interclasista) pero le vedaba la lucha política para avanzar en conjunto como clase. Los obreros industriales, sin peso en el cuadro global de la economía subdesarrollada, no podían ser factor de transformaciones revolucionarias si actuaban de espaldas al resto de los perjudicados por el sistema oligárquico imperialista. A cambio de la fantasía de buscar una liberación exclusiva, para ellos solos, en medio de la Argentina desangrada, rompían el frente capaz de obtener una liberación real y abdicaban del papel que les correspondía dentro de ese frente como clase revolucionaria.
En suma, no les quedaba más que “el sindicalismo puro”, la lucha economista por mejoras inmediatas, aunque debilitados por renunciar a la solidaridad de los otros grupos de intereses comunes, y votar por los socialistas, con lo que terminarían de suicidarse. Como el Partido Socialista era enemigo de la industrialización, la clase proletaria no crecería, y como también era librecambista y enemigo de lo que llamaba las “industrias artificiales”, cuando éstas desapareciesen, los obreros sin trabajo aumentarían la oferta de mano de obra y bajarían los salarios. Limitándose a una política meramente encaminada a las mejoras salariales en la industria, éstas servirían, por una parte, para aumentar la diferencia entre las remuneraciones de la ciudad y del campo, característica de los países subdesarrollados, al mismo tiempo, servirían de pretexto para el aumento de costos de producción y, sin proteccionismo, las industrias quedarían en peores condiciones ante la competencia extranjera.
Con estas menciones basta para apreciar que si el Partido Socialista nos ha negado siempre hasta “la leche de la clemencia”, no es por oportunismo ni por improvisación, sino por una vocación rectilínea –desde la cuna hasta la tumba-. La oligarquía copiando instituciones liberales y el Dr. Justo remedando enfoques socialistas llegaban siempre a las mismas conclusiones y compartían los mismos prejuicios. Por ejemplo, al peón de campo y al obrajero que los oligarcas explotaban y denigraban, el Dr. Justo los crucificaba teóricamente negándoles toda capacidad política. Su discípulo, el Dr. Repetto, explica que era imposible hacerles comprender razones “porque se trata de gente muy ignorante, envilecida en una vida casi salvaje”.
Mencionamos las modalidades que los hacen indistinguibles del conservadorismo, destacaremos algo que acredita a los socialistas como caso político único. Es el partido socialista del mundo colonial y semicolonial que nunca fue antiimperialista, ni siquiera doctrinariamente. Más aún: es el único partido socialista del Mundo que ha defendido expresamente al imperialismo. Hasta los más viscosos amarillismos social-demócratas de Europa, beneficiarios y cómplices de la política colonial de sus burguesías, al menos en teoría han condenado al imperialismo. En la Argentina tenemos un fenómenos mundial: un partido socialista proimperialista en la teoría y en la práctica.
Los designios de Estados Unidos de imponer su hegemonía en todo el continente no constituían ningún secreto: sus hombres de Estado lo venían proclamando desde hacía un siglo y había muchos hechos probatorios en exceso, la oposición a los proyectos de Bolívar para la unificación continental, la destrucción de nuestro Puerto Soledad en las Malvinas, el robo a México de más de la mitad de su territorio, las depredaciones en Nicaragua, la incursión naval contra Paraguay, eran algunos ejemplos.
“Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase.” Lenín
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Pero cuando la intervención yanqui en Cuba, a principios del siglo XX, Juan B. Justo observó: “Apenas libres del gobierno español, los cubanos riñeron entre sí hasta que ido un general norteamericano a poner y mantener la paz a esos hombres de otras lenguas y otras razas. Dudemos pues de nuestra civilización”. Dudemos más bien de los socialistas cipayos, porque hasta los obrajeros analfabetos del Dr. Repetto saben que cuando los cubanos tenían ganada la guerra de la Independencia, en 1898, los norteamericanos, mediante una provocación, tomaron parte en la contienda y se constituyeron en usufructuarios del sacrificio de los isleños que venían guerreando desde hacía 30 años, firmaron un tratado de paz con España sin dar intervención a los cubanos, y se apoderaron de las Filipinas, Guam, Puerto Rico, etc.
En Cuba nombraron un gobernador militar y sólo lo retiraron cuando se les dio la base de Guantánamo (que todavía ocupan) y se les reconoció el derecho de intervenir militarmente. Cada vez que había protestas por el fraude con que se elegía a un presidente amanuense de los yanquis, estos mandaban fuerzas amparados en esa concesión.
Únicamente los socialistas argentinos se les podía ocurrir echarle la culpa a los cubanos de esas intervenciones imperialistas que sufrieron todas las naciones que estaban en el radio geopolítico de Estados Unidos.
Cuando decía “dudemos de nuestra civilización”, se trataba de una ironía justista: quería decir que estaba seguro de nuestra barbarie. Como la civilización y el progreso sólo pueden llegar del extranjero, también aplaudieron la maniobra yanqui que quitó una provincia a Colombia y creó la república artificial de Panamá. Pensaban, como los yanquis, que nuestro continente sería un emporio de civilización si no estuviese poblado por latinoamericanos.
FUENTE:
“Apuntes para la militancia”
John William Cooke
(1964)
Al Dr. John William Cooke
Juan Perón |
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Gran recorrido que explica bastante de lo q pasa hoy.
ResponderBorrarQue oportuno este artículo, Cooke,describe lo que Milei fue diciendo en su campaña,"100 años de decadencia" nos lleva de 1913 para atrás,desde los cipayos MITRE, Roca,Sarmiento y Rivadavia,los herederos oligarcas ,conservadores estuvieron siempre condicionando el desarrollo industrial ,el estado de bienestar. Milei fue impulsado por los herederos de esa élite,que entendieron q pueden gobernar a través de un representante con golpes Estado ,con un delegado como Macri hoy lo tienen a Milei,pero también con Alberto Fernández, un socialista ( dicho por el mismo) .
ResponderBorrarUsaron siempre la misma estrategia de ataque, señalar al enemigo a quién atacar , endeudar,privatizar, matar la industria, hambrear, dividir y poner en contra a los de una misma clase.
qué interesante toda esa historización, esa que hoy parece que no existiera y que explica tanto
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