viernes, 15 de diciembre de 2023

Cooke la veía hace medio siglo... pero nadie escuchó

 
 
 
EL ORDEN DE LA OLIGARQUÍA LIBERAL
 
La recolonización de 1955 permitió a la minoría explotadora ocupar económica y políticamente el país, pero no culturalmente. Antes una cosa implicaba a la otra, ahora no.
 
La fórmula había funcionado durante un siglo a partir de la derrota nacional de Caseros. Allí se liquidó el pleito entre las dos corrientes que chocaban desde los días de Mayo: la del puerto de Buenos Aires, cosmopolita, librecambista, vehículo de ideas e intereses que convenían a Europa y trataba de imponer al resto del país; y otra, nacionalista popular, que veía al país en su conjunto y como parte de la unidad latinoamericana. Antimorenistas y morenistas, dictatoriales y americanistas, unitarios y federales, fueron fases de ese enfrentamiento. Una vez que Argentina quedó incorporada como satélite de la primera potencia capitalista de mediados del siglo XIX (Inglaterra) y se unificaba en la política de la oligarquía portuaria los antagonismos se denominaban separatistas bonaerenses y hombres de Paraná: crudos y cocidos, chupandines y pandilleros, liberales y autonomistas, cívicos y radicales...
 
 
• Pero ya no estará en cuestión la estructura semicolonial que a su vez fija el marco cultural en que se desarrolla la lucha política. El sistema de valores cumple en cualquier sociedad una función integrativa, pero no porque resulte del consenso nacional, sino porque la minoría dominante tiene el poder para imponerlo coactivamente; toda resistencia que pretenda reabrir aquella cuestión esencial es un brote de barbarie que el ejército nacional se encarga de arrasar sin misericordia.
 
Quedarán partidos perfilados por su composición y tendencias, pero el estallido de sus contradicciones no alterará las bases ideológicas resguardadas por la simetría ideológica. Para la comprensión del fenómeno peronista en su primera etapa y en la actualidad (1964), es preciso considerar primero esas estructuras contra las cuales se alzó.
 

“¿Cuál es la fuerza que impulsa ese progreso? 
Señores, ¡es el capital inglés!”
  
Bartolomé Mitre

 
Desde la Independencia, los intereses foráneos tenían su aliado natural en la burguesía comercial de Buenos Aires, dispuesta a enriquecerse como intermediaria de un comercio sin restricciones en Europa. Su primera víctima fue Mariano Moreno, cuya visión americanista chocó con el centralismo unitario que subordinaba el país a la política bonaerense, a ellos se debe el rechazo de los diputados orientales que llevaban a la Asamblea del año XIII las instrucciones de Artigas sobre la organización confederal. Sólo desacatándose pudo realizar San Martín la campaña de Chile y Perú, pero el pago fue dejarlo abandonado a su propia suerte en suelo peruano, del cual pasó al exilio voluntario y definitivo.
 
 
Fue contra los devaneos monárquicos de ese grupo que los gauchos impusieron el principio republicano en el año 20, fue contra la Constitución aristocratizante de su agente conspicuo –Rivadavia- que se alzaron seis años después los caudllos federales. Dignos antecesores de la oligarquía contemporánea, en 1815 sancionaron la Ley de Vagancia para terminar con la protesta de los gauchos hambreados por la política de los exportadores de carne. En la Constituyente de 1826 los rivadavianos proponían una cláusula prohibiendo el voto de los domésticos, soldados de línea, peones, jornaleros, en una palabra, a la chusma que había hecho la Independencia. Dorrego a quien luego harían asesinar por Lavalle ridiculizó los argumentos de esa minoría reaccionaria. La de hoy, aplica al mismo principio proscriptivo aunque no tiene la valentía de sostenerlo como doctrina.
 
     
    “La oligarquía impuso un orden legal y un orden jurídico de estructuras extraordinariamente liberales para el poderoso, y extraordinariamente tiránicas para el disminuido de riquezas”
      
    Raúl Scalabrini Ortiz
 
Fue ese unitarismo el que concedió a Inglaterra la franquicia para que sus barcos navegasen nuestros ríos, a cambio del derecho espectral de que los barcos que no teníamos navegasen por el Támesis, el mismo escandaloso unitarismo que dio toda la tierra pública como garantía para contraer el empréstito con Bering Brother’s, el que entregó las minas de Famatina a un consorcio europeo del cual Rivadavia estaba a sueldo, el que creó el Banco de Descuentos dando el control a los comerciantes ingleses. 
 
Buscó siempre imponer un gobierno al resto del país para convalidar una política que arruinaba a las provincias mediterráneas con el libre cambio, y perjudicaba a las litorales con el embotellamiento del comercio por el puerto de Buenos Aires. Para aplastar la resistencia del interior, no vaciló en descuidar la guerra de la Independencia. Así como también, prestándose a la estrategia inglesa, apuñaló tres veces por la espalda a los orientales y cedió en un tratado de paz, lo que nuestros soldados habían obtenido en la batalla de Ituzaingó. Su sórdida estrechez de tenderos costó la separación de las provincias del Alto Perú, y el aislamiento del Paraguay, la segregación de la Banda Oriental, el exilio de San Martín.  
 
La época de Rosas fue un compromiso entre Buenos Aires y el interior, unidos en una política defensiva contra el colonialismo anglofrancés y las fuerzas que secundaban sus planes para desintegrarnos. Buenos Aires retiene las ganancias del puerto, pero encabeza la lucha contra el extranjero. La Ley de Aduanas protegía a la industria artesanal, el coraje criollo, la soberanía acechada.
 
 
Rosas, caudillo de la conjunción de fuerzas populares que terminó con el unitarismo, era la cabeza de los ganaderos bonaerenses, y formaba con sus amigos y parientes el sector más dinámico de la economía, integrado como industria de tipo capitalista e independiente del sistema comercial de Inglaterra: cría de ganado, saladeros, flota de barcos para transportar los productos a diversos mercados. Cuando esas circunstancias cambiaron, la política proteccionista del Restaurador ya no contóicon el apoyo de los estancieros, que se unieron a la coalición organizada por Inglaterra y dirigida por el imperio esclavista de Brasil.
 
En 1852 el país necesitaba superar el equilibrio precario del período rosista e integrarse como nación moderna, constituyendo una unidad económica con el territorio nacional como mercado interno único y el puerto de Buenos Aires, puesto al servicio común como base para un desarrollo capitalista autónomo. Ocurrió todo lo contrario.
 
La burguesía comercial portuaria afirmó su control al haberse constituido también como burguesía terrateniente. Los hombres de la Federación poco pudieron contra sus maquinaciones, especialmente cuando Urquiza hipotecó su caudillaje para salvar sus vacas, y la “barbarie” del interior fue aniquilada para asegurar la hegemonía de esa oligarquía ganadero-comercial.
 
La Argentina se incorporó al proceso económico mundial, pero como mercado complementario del capitalismo inglés. La manufactura importada terminó de aniquilar nuestras industrias embrionarias. Los ferrocarriles dibujaron una nueva geografía donde el intercambio interregional desaparece, se expande el mercado comprador de artículos ingleses y nacen “las provincias pobres”, las compañías extranjeras, los grandes terratenientes y la burguesía que participaba del negocio importador y exportador, engordan a medida que la riqueza del interior cae en los toboganes que la deposita en los puertos para ser transferida a las islas británicas. Los ríos que el paisanaje había cerrado con cadenas para atajar a las flotas invasoras, pasan a ser vías internacionales por prescripción constitucional: no la prosperidad sino la miseria navegarán por ellos.
 
Zona marginal del centro capitalista inglés, también debíamos ser dependencia ideológica y política. Es que el imperialismo es tanto un hecho técnico-económico como cultural. El lugar de operaciones aisladas de intrecambio, establece una relación permanente que no se agota en cada transacción, los capitales colocados en la semicolonia deben rendir frutos durante muchos años. Es preciso entonces evitar toda inseguridad en los reintegros y pagos de intereses. Debe procurarse que crezca la economía agraria para que sus productos fluyan a la metrópoli, y que no surjan industrias que desequilibren la “división internacional del trabajo”.
 
El imperio necesita contar con gobiernos estables, ordenados, buenos pagadores e inmunes al extravío nacionalista. Para eso no hace falta recurrir a la presión directa o a los groseros despliegues de potencia armamentista. La penetración financiera produce el encumbramiento de una oligarquía nativa cuyo destino estaba ligado al del “gran país amigo”. 
 
La superestructura de la colonia se encarga de reprimir a los anarquismos desintegradores del orden económico proimperialista, de velar para que los ciudadanos no sean perturbados con pérfidas incitaciones liberacionistas, y de sembrar los ideales civilizadores que apaguen las vivencias empecinadas del salvajismo autóctono. 
 
Nuestra clase oligárquica redujo la chusma al papel de productora de riquezas, en beneficio del imperio británico, del cual fue brazo ejecutor y copartícipe en el botín. El pueblo insumiso que peleara en la Independencia, en Ituzaingó, en la Vuelta de Obligado, fue declarado raza inferior condenada a la extinción, ahora que la Argentina se moldearía de acuerdo con la imagen que los extranjeros habían impreso en la mente de la "Gente Decente" (como se decía entonces). Se les quitó las tierras para darlas "de yapa" a los concesionarios ferrocarrileros o extender los fondos del privilegio, se lo excluyó de los repartos porque se le negó la capacidad que se atribuía sin discusión alguna al inmigrante, se lo privó de todos los derechos políticos y civiles.
 
Las expediciones punitivas de Mitre y Sarmiento ahogaron en hierro y fuego las protestas del pueblo, la cabeza de Chacho Peñaloza, exhibida en la Plaza de Olta, simboliza a la oligarquía mucho mejor que los mármoles y bronces con que ella se ha idealizado.
 
También habría de eclosionar bravíamente la montonera reclamando contra la guerra de genocidio que el mitrismo llevara al Paraguay, conforme la estrategia británica. Pero era una lucha perdida de antemano: Felipe Varela y López Jordán -junto a éste estaba José Hernández- fueron tentativas postreras de una Argentina que había quedado indefensa. 
 
El invasor había finalmente transpuesto nuestras fronteras y la sangre que tantas veces corriera generosamente para cerrarle el paso, fue ahora derramada en su holocausto por la casta apátrida que lo servía. 
 
En el lapso 1862-68 hubo en las provincias 117 revoluciones y 91 combates con cerca de 5.000 muertos, lo que da una idea de la índole "democrática" del gobierno de Mitre.  

Sobre esta tierra arrasada, la oligarquía proclamó los ideales de "progreso" consagrados en una Constitución copiada, y en el mismo sistema jurídico que la complementó. No es extraño que 100 años más tarde -como se vio en la parodia de 1957- los cipayos sigan considerando como la obra maestra y cumbre del Derecho el engendro de 1853, que enriqueció en forma perpetua a los ricos al legalizar el sistema y la omnipotencia foránea. Los principios ideológicos del liberalismo -ideología de la clase burguesa durante el período cenital en las naciones adelantadas- eran las consignas del desastre para un país que se hallaba en estadios inferiores de desarrollo; su transplante servil nos dejó a merced del extranjero y nos deparó un siglo de economía deformada y tributaria, de empobrecimiento, de exacciones, de imposibilidad de desarrollo autónomo.
  
(...)
 
La dependencia económica aseguró la esclavitud mental. La semicolonia quedó unificada en el culto idolátrico de las ideas –símbolo del liberalismo- y cuanto se le oponía fue sentenciado y ejecutado en trámite sumario.
 
La lucha política era entre minorías. La montonera había sido una forma de política elemental en la que se participaba directamente. El hombre de nuestro campo tomaba la lanza y arrancaba detrás del caudillo: iba a pelear contra los españoles o al grito de “Federación o Muerte” (que según se ha demostrado, significaba “República o Muerte”) contra los proyectos monárquicos centralistas de la aristocracia porteña o contra el chancho inglés o francés que rondaba nuestras aguas, en último caso para entreverarse en peleas de menor significación.
 
El enriquecimiento de la región pampeana significó, como contrapartida, el estancamiento del interior. El libre cambio tuvo un primer efecto negativo: la producción artesanal de las provincias interiores no pudo resistir a la afluencia de manufacturas extranjeras.
     
    “La conquista del poder cultural es previa a la del poder político, y esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados 'orgánicos' infiltrados en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios”.
      
    Antonio Gramsci
     
 
Durante la época de Rosas no se había contraído empréstitos con el extranjero, pero a medida que la Argentina aumenta sus exportaciones, y por ende su solvencia como deudor, se recurre al crédito externo con tal exageración que el país se va hipotecando hasta límites increíbles. Sarmiento se vale del empréstito para terminar la guerra con el Paraguay y “pacificar” nuestro interior; otros empréstitos se piden para obras que no se construyen, para planes que nunca se inician, a veces sin buscar pretexto plausible. Después se van pidiendo empréstitos para pagar los servicios de empréstitos anteriores. Sólo de 1863 a 1873 los ingleses prestan a la Argentina 15 millones de libras esterlinas.
 

En estos idílicos tiempos, que tanto añoran los conservadores, el país sufría inmediatamente los efectos de cualquier contracción en los países industrializados. Estos eran periódicamente sacudidos por la crisis que llegaban aquí con violencia multiplicada al reducir la demanda de nuestras exportaciones y simultáneamente el precio que se nos pagaban por ellas. Además, justo cuando nuestro país entraba en crisis, Gran Bretaña drenaba nuestras reservas de oro agravando la situación. Sin embargo, las clases dirigentes ponían todo su empeño en mantener el crédito internacional de la Nación a toda costa. Un presidente diría que “es necesario economizar sobre el hombre y la sed de los argentinos”.
 
 
YRIGOYEN Y SUS ENEMIGOS
 
 
Fue Yrigoyen quien, orientándose como pudo, infligió serias derrotas al aparato que asfixiaba al país. 
 
El Yrigoyenismo fue un movimiento de masas que expresaba la tendencia al crecimiento del país, frenado por la alianza de la aristocracia latifundista y el imperio británico.
 
En el gobierno tuvo entre otros méritos, el de cumplir con su promesa de no enajenar ninguna parte de la riqueza pública ni ceder el domino del Estado sobre ella. En un asunto clave como el ferroviario su acción fue fecunda y demostró una comprensión cabal cuando, al vetar la ley del Congreso que traspasaba las líneas del Estado a una empresa mixta, afirmo en el Mensaje: “el servicio público de la naturaleza del que nos ocupa ha de considerarse principalmente como Instrumento de Gobierno con fines de fomento y progreso para las regiones que sirve”. El apoyo a YPF, la tentativa de crear un Banco del Estado y un Banco Agrícola, la compra de barcos, etc.., son otras tantas pruebas de su orientación nacionalista.
 
Su política internacional fue digna, altiva, independiente y retomó el sentido latinoamericanista que poseían los hombres de la Independencia y que se perdió a mediados de siglo pasado.
 
Es bueno insistir sobre el manto de plomo que recubría la cultura del país. Las voces solitarias de aquí y allá querían agregar un aporte renovador, estaban fuera (o se las dejaba rápidamente) de los medios de difusión capaces de amplificarlas hasta influir en la conciencia política nacional. La transición a concepciones políticas más adelantadas y claras que producirse dentro del radicalismo, cosa que no ocurrió. Fuera de él, en las fuerzas organizativas, había un páramo ideológico.
 
El Partido Conservador, representante de la oligarquía terrateniente, no se resignó a la pérdida del gobierno ocasionada por la aplicación del sufragio libre. Mientras esperaba la hora de recuperar el poder por la violencia, su táctica consistió en unir todas las fuerzas posibles bajo el lema negativo de hacer antirradicalismo (luego, cuando contó con aliados en el propio radicalismo, su bandera sería el “antiYrigoyenismo”).
 
El aliado más consecuente que siempre tuvieron los conservadores fue el Partido Socialista, que no sólo los acompañó en las maniobras concretas contra el radicalismo, sino que también lo haría contra el peronismo.
 
Buenos Aires, puerto de factoría que servía a la intermediación importadora-exportadora, centro burocrático al que convergían los inmigrantes y los criollos desplazados por el latifundio, era la única realidad que veían –incompleta y erróneamente, además- los socialistas. Por el resto del país sentían el mismo desprecio que los “civilizadores” mitristas y rivadavianos.
 
La gran mayoría de los explotados estaba en el campo: eran los peones de la estancia, los obrajeros, los hijos de la tierra convertidos en mano de obra miserable.
 
La Argentina quedaba seccionada en una porción industrial y en otra que no lo era, cuyos respectivos asalariados se incomunicaban entre sí y perseguían objetivos contrapuestos. Era una estrategia que podía deparar algunas mejoras a sectores reducidos del proletariado (creando nuevos motivos de desunión interclasista) pero le vedaba la lucha política para avanzar en conjunto como clase. Los obreros industriales, sin peso en el cuadro global de la economía subdesarrollada, no podían ser factor de transformaciones revolucionarias si actuaban de espaldas al resto de los perjudicados por el sistema oligárquico imperialista. A cambio de la fantasía de buscar una liberación exclusiva, para ellos solos, en medio de la Argentina desangrada, rompían el frente capaz de obtener una liberación real y abdicaban del papel que les correspondía dentro de ese frente como clase revolucionaria.
     
    “Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase.”
      
    Lenín
 
En suma, no les quedaba más que “el sindicalismo puro”, la lucha economista por mejoras inmediatas, aunque debilitados por renunciar a la solidaridad de los otros grupos de intereses comunes, y votar por los socialistas, con lo que terminarían de suicidarse. Como el Partido Socialista era enemigo de la industrialización, la clase proletaria no crecería, y como también era librecambista y enemigo de lo que llamaba las “industrias artificiales”, cuando éstas desapareciesen, los obreros sin trabajo aumentarían la oferta de mano de obra y bajarían los salarios. Limitándose a una política meramente encaminada a las mejoras salariales en la industria, éstas servirían, por una parte, para aumentar la diferencia entre las remuneraciones de la ciudad y del campo, característica de los países subdesarrollados, al mismo tiempo, servirían de pretexto para el aumento de costos de producción y, sin proteccionismo, las industrias quedarían en peores condiciones ante la competencia extranjera.
 
Con estas menciones basta para apreciar que si el Partido Socialista nos ha negado siempre hasta “la leche de la clemencia”, no es por oportunismo ni por improvisación, sino por una vocación rectilínea –desde la cuna hasta la tumba-. La oligarquía copiando instituciones liberales y el Dr. Justo remedando enfoques socialistas llegaban siempre a las mismas conclusiones y compartían los mismos prejuicios. Por ejemplo, al peón de campo y al obrajero que los oligarcas explotaban y denigraban, el Dr. Justo los crucificaba teóricamente negándoles toda capacidad política. Su discípulo, el Dr. Repetto, explica que era imposible hacerles comprender razones “porque se trata de gente muy ignorante, envilecida en una vida casi salvaje”.
 
Mencionamos las modalidades que los hacen indistinguibles del conservadorismo, destacaremos algo que acredita a los socialistas como caso político único. Es el partido socialista del mundo colonial y semicolonial que nunca fue antiimperialista, ni siquiera doctrinariamente. Más aún: es el único partido socialista del Mundo que ha defendido expresamente al imperialismo. Hasta los más viscosos amarillismos social-demócratas de Europa, beneficiarios y cómplices de la política colonial de sus burguesías, al menos en teoría han condenado al imperialismo. En la Argentina tenemos un fenómenos mundial: un partido socialista proimperialista en la teoría y en la práctica.
 
Los designios de Estados Unidos de imponer su hegemonía en todo el continente no constituían ningún secreto: sus hombres de Estado lo venían proclamando desde hacía un siglo y había muchos hechos probatorios en exceso, la oposición a los proyectos de Bolívar para la unificación continental, la destrucción de nuestro Puerto Soledad en las Malvinas, el robo a México de más de la mitad de su territorio, las depredaciones en Nicaragua, la incursión naval contra Paraguay, eran algunos ejemplos. 
 
Pero cuando la intervención yanqui en Cuba, a principios del siglo XX, Juan B. Justo observó: “Apenas libres del gobierno español, los cubanos riñeron entre sí hasta que ido un general norteamericano a poner y mantener la paz a esos hombres de otras lenguas y otras razas. Dudemos pues de nuestra civilización”. Dudemos más bien de los socialistas cipayos, porque hasta los obrajeros analfabetos del Dr. Repetto saben que cuando los cubanos tenían ganada la guerra de la Independencia, en 1898, los norteamericanos, mediante una provocación, tomaron parte en la contienda y se constituyeron en usufructuarios del sacrificio de los isleños que venían guerreando desde hacía 30 años, firmaron un tratado de paz con España sin dar intervención a los cubanos, y se apoderaron de las Filipinas, Guam, Puerto Rico, etc. 
 
En Cuba nombraron un gobernador militar y sólo lo retiraron cuando se les dio la base de Guantánamo (que todavía ocupan) y se les reconoció el derecho de intervenir militarmente. Cada vez que había protestas por el fraude con que se elegía a un presidente amanuense de los yanquis, estos mandaban fuerzas amparados en esa concesión.
 
Únicamente los socialistas argentinos se les podía ocurrir echarle la culpa a los cubanos de esas intervenciones imperialistas que sufrieron todas las naciones que estaban en el radio geopolítico de Estados Unidos.
 
Cuando decía “dudemos de nuestra civilización”, se trataba de una ironía justista: quería decir que estaba seguro de nuestra barbarie. Como la civilización y el progreso sólo pueden llegar del extranjero, también aplaudieron la maniobra yanqui que quitó una provincia a Colombia y creó la república artificial de Panamá. Pensaban, como los yanquis, que nuestro continente sería un emporio de civilización si no estuviese poblado por latinoamericanos. 
 

Lenin, explicando la desviación reformista de los movimientos europeos que recibían su cuota del producto colonialista, dijo que “el partido obrero-burgués es inevitable en todos los países imperialistas”, ha mencionado asimismo que “en todos los países en los que existe el modo de producción capitalista hay un socialismo que expresa la ideología de las clases que han de ser sustituidas por la burguesía”. En esta segunda categoría estaría el Partido Socialista de nuestro país sin describirlo totalmente. La Argentina, siempre al día con las modas del Viejo Mundo, quiso darse el lujo de tener un partido obrero-oligárquico-proimperialista, una creación de la fantaciencia política. Desde que se acriollaron los inmigrantes, nunca más consiguieron reclutar a un proletario. Cuando en la Casa del Pueblo ven acercarse a un grupo de obreros, cierran las puertas y piden custodia policial.
 
En 1930, la situación se tornó mucho peor, los efectos de la crisis se sentían fuertemente y la reacción afilaba sus cuchillos. Como después pudo verse, el curso de la economía en todo el mundo no admitía ninguna salida de la depresión. Había que capearla lo mejor posible. Pero la maquinaria de la oligarquía le permitía exagerar las fallas del gobierno, atribuirle la culpa de procesos que eran inevitables y marcarlo como responsable del descontento popular.
 
El Partido Socialista, infaltable en las grandes infamias contra el país, dio una batalla parlamentaria contra la ley de nacionalización del petróleo y lo mismo de su desprendimiento, el Partido Socialista Independiente, se sumó al escándalo callejero, arrastrando a los bobalicones de la pequeña burguesía portuaria, que creían que aquellos tribunos municipales eran la última palabra en materia de progresismo y audacia de pensamiento.
 
Entre otras lindezas, el diario La Nación emitió este juicio sintético: “No se recuerda ninguna época de fanatismo y corrupción como esta”. Y La Prensa: “Nunca antes en la Argentina, un gobierno quiso mostrarse y se mostró más prepotente, omnisciente, ni llegó a dejar mayor constancia de su incapacidad de actuar, respetar y ser respetado. Por su parte el Partido Comunista no aportaba nada al esclarecimiento de las cosas, por el contrario, definió al gobierno de Yrigoyen como “reaccionario” y “fascistizante”.
 
El clásico frente antipopular, perfectamente sincronizado, sacó a relucir sus grandes palabras y los militares de cabeza hueca hicieron de verdugos.
 
 
 
FUENTE:
 
“Apuntes para la militancia”
John William Cooke 
(1964)
 
 
 
 
    Al Dr. John William Cooke
     
    Buenos Aires
     
    Por la presente autorizo al compañero doctor Don John William Cooke, actualmente preso por cumplir con su deber de peronista, para que asuma mi representación en todo acto o acción política. En este concepto su decisión será mi decisión y su palabra la mía.
     
    En él reconozco al único jefe que tiene mi mandato para presidir a la totalidad de las fuerzas peronistas organizadas en el país y en el extranjero y sus decisiones tienen el mismo valor que las mías.
     
    En caso de fallecimiento, delego en el doctor don John William Cooke el mando del movimiento.
     
    En Caracas, a 2 días de noviembre de 1956.
     
    Juan Perón
     
 
 
 

3 comentarios:

  1. Gran recorrido que explica bastante de lo q pasa hoy.

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  2. Que oportuno este artículo, Cooke,describe lo que Milei fue diciendo en su campaña,"100 años de decadencia" nos lleva de 1913 para atrás,desde los cipayos MITRE, Roca,Sarmiento y Rivadavia,los herederos oligarcas ,conservadores estuvieron siempre condicionando el desarrollo industrial ,el estado de bienestar. Milei fue impulsado por los herederos de esa élite,que entendieron q pueden gobernar a través de un representante con golpes Estado ,con un delegado como Macri hoy lo tienen a Milei,pero también con Alberto Fernández, un socialista ( dicho por el mismo) .

    Usaron siempre la misma estrategia de ataque, señalar al enemigo a quién atacar , endeudar,privatizar, matar la industria, hambrear, dividir y poner en contra a los de una misma clase.

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  3. qué interesante toda esa historización, esa que hoy parece que no existiera y que explica tanto

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