domingo, 7 de noviembre de 2021

NECROPOLÍTICA, ACÁ Y ALLÁ Y EN TODAS PARTES

 
    Compartimos el pensamiento y análisis de Eduardo Gudynas en su texto: «Necropolítica: la política del dejar morir en tiempos de pandemia» donde encontraremos enormes parecidos a las políticas aplicadas por el Macrismo desde 2007 en la Ciudad de Buenos Aires, y desde 2015 en la Nación. Lamentablemente, las políticas del capitalismo feroz, extractivistas, contaminantes, violentas, continúan a pesar de que el pueblo votó otra cosa en 2019.
 
 
Vivimos tiempo de enfermedad y muerte en una intensidad y escalas nunca antes vistas. Es una crisis que a su vez se entrelaza con otras que ya estaban presentes antes de los primeros casos de Covid19, y que siguen sin resolverse. Aunque se puede decir que la muerte, junto a la pobreza, el desempleo o la violencia, siempre han estado presentes en América Latina, ahora, todo eso se agravó... 
 
Es que bajo la pandemia se están naturalizando esas circunstancias, se las acepta como inevitables. La política que antes conocíamos, con todos sus claroscuros, prometía derechos y otras medidas que debían asegurar la vida y resistir la muerte. En cambio, la política actual deja morir a las personas y a la Naturaleza. Estamos ante un cambio sustancial que debe describirse como una necropolítica.
 
Se acepta como nueva normalidad la excepcionalidad de la muerte a medida que languidecen las reacciones morales de vergüenza y angustia ante ella. Es, a fin de cuentas, la expresión del agotamiento de la Modernidad, que deja atrás sus intentos de ordenar y manejar la vida. Es una Modernidad que solamente puede dejar morir.
 
 
 
La necropolítica de Mbembe
 
En este ensayo se explora la condición de la necropolítica tomando como punto de partida e inspiración la obra del camerunés Achille Mbembe. El concepto fue propuesto a propósito de la ola de violencia global que siguió a los atentados de 2001 en Nueva York[1].  Mucho ha ocurrido desde entonces, y aunque estamos en un contexto diferente, sus ideas sirven como una inspiración para repensar, redefinir y ajustar la categoría de necropolítica para abordar la situación actual desde una mirada crítica, independiente y desde el sur.
 
La originalidad en la postura de Mbembe radicaba en distinguir entre dos situaciones[2]. Por un lado, reconoce que la política tradicional que es propia de la Modernidad, con todos sus ideales y sus fracasos, sus contradicciones y fallas, se enfocaba en la vida. Buscaba disciplinarla, regularla y controlarla[3]. Lo hacía con intenciones bien conocidas, desde mantener la expansión del capitalismo al control, frecuentemente violento, de la ciudadanía. Pero al mismo tiempo actuaban reacciones que buscaban, por ejemplo, liberarse de la opresión o remontar la pobreza, y se extendieron ideales sobre la libertad, los derechos o el bienestar.
 
Pero por otro lado, advierte que esas aspiraciones son abandonadas y se instala la necropolítica. La soberanía del Estado crea y mantiene multitudes de personas que están vivas, pero apenas vivas. Se organiza un nuevo orden por el cual la vida se somete a la muerte; se diluyen las distinciones entre guerra y paz, derechos respetados o violados, legalidad presente o ausente, ciudadanía asegurada o impedida, naturaleza viva o colapso ecológico, muerte o vida. Aprovechando narrativas propias de una guerra, la necropolítica deja morir a esas multitudes, y ello se vuelve una normalidad.
 
Mbembe aborda la diseminación de esta condición a inicios del siglo XXI especialmente en el Medio Oriente. Pero al mismo tiempo recupera las herencias históricas que la explican, y particularmente el colonialismo y el racismo.
 
 
La necropolítica pandémica
 
El Covid19 ha servido para que proliferaran las metáforas sobre una guerra, ahora contra un virus convertido en el enemigo de turno. A medida que se generalizó la pandemia no puede dejar de advertirse que están en marcha cambios que es apropiado abordar como una necropolítica. Pero debe hacerse reconsiderándola a tono con las nuevas circunstancias y en especial con lo que ocurre en América Latina.
 
Apenas se distingue entre vidas rescatables y vidas desechables, y simplemente se dejan morir, no solamente a las personas sino también a la Naturaleza. Cambios de ese tipo son abordados por Mbembe, pero la pandemia los profundizó, multiplicó y diseminó a una escala planetaria, bajo inéditos consentimientos, tolerancias o indiferencias. Nos encontramos ante un cambio sustancial donde la meta de asegurar la vida quedó relegada, y las muertes se acumulan no tanto por decisiones expresas, sino bajo un entramado de indiferencia, impotencias o incompetencias, Las dimensiones morales que determinan la política están cambiando y es por ello que la necropolítica es la expresión del agotamiento del programa de la Modernidad.
 
Estos componentes se analizan en las secciones que siguen. Se los aborda por separado únicamente para facilitar su explicación y análisis, pero todos ellos están íntimamente vinculados.
 
 

Confinamiento y aislamiento
 
Bajo la pandemia se aplicaron medidas de confinamiento espacial, algunas conocidas y otras nuevas, pero todas en una muy amplia escala. Se acompañaron con exigencias de aislamiento entre las personas, incluso dentro de una familia. Se aplicaron cuarentenas de barrios dentro de una ciudad, y en múltiples ciudades, o en regiones rurales, llegando a cerrarse todo un país. Se impusieron restricciones a la movilidad de las personas, desde confinamiento dentro del propio hogar hasta impedir el tránsito sea dentro de ciudades como en el resto del país. Los comercios permanecieron cerrados o bajo severas limitaciones, las clases presenciales se suspendieron, y se llegó a extremos como personas que vivieron encerradas en sus departamentos por meses o buques de pasajeros que vagaban entre puertos que se negaban a permitir su desembarco.
 
En varios países el confinamiento se extendió por meses. En Chile, las restricciones se sucedieron por un año y medio; en algunos sitios se llegaron a 172 días de confinamiento continuado. En Argentina, Buenos Aires vivió 244 días de prohibiciones de circulación; esas y otras medidas llevan a que se considere que en ese país ocurrió la cuarentena más larga del mundo.
 
La clausura de toda una ciudad evocaba situaciones de guerra o de calamidades como un terremoto, pero bajo la pandemia se llegó a cercar populosas ciudades capitales como Santiago de Chile o Buenos Aires. Puede estimarse que entre 2020 y 2021estuvieron bajo algún tipo de confinamiento al menos 300 millones de sudamericanos[4].
 
Esto fue posible porque la guetizacion ya estaba en marcha desde hace décadas. Las favelas, villas miserias, campamentos, etc., como enclaves urbanos excluidos de servicios, marginados y considerados como peligrosos, se potenciaron aún más. El espacio urbano fue subdividido de acuerdo a la peligrosidad sanitaria, se establecieron lugares de exclusión, y sitios como una plaza barrial se convirtieron en amenaza de potenciales contagios. Se llegó a instalar algo inconcebible: el distanciamiento entre las personas; estar cerca de otro ser humano se volvió peligroso; más de dos personas juntas eran observados con sospecha.
 
 

Vigilancia, control y castigo
 
El confinamiento y el aislamiento se impusieron con todo tipo de medidas de vigilancia y control, las que se volvieron componentes claves para entender la necropolítica. En este frente, también hay muchos antecedentes, pero bajo la pandemia se multiplicaron, fueron más exigentes, y perduraron hasta asumirse como condiciones normales que deberán mantenerse para millones de personas. Entre ellos se cuentan el uso regular del toque de queda, el cierre forzado de comercios, la prohibición de espectáculos públicos o clausura de espacios comunes como plazas, parques o playas. Se utilizaron cámaras de vigilancia, se tomaba la temperatura de las personas, se requerían permisos de circulación, se instalaron controles policiales en avenidas, retenes de verificación de salvoconductos, y más.
 
Se aprobaron normas que permiten aplicar multas, judicializar y encarcelar a quienes incumplan el confinamiento. La violación de las cuarentenas podía ser castigada con multas, secuestro de vehículos y hasta prisión[5]. Miles de personas fueron demoradas, notificadas, observadas, forzadas a regresar a sus domicilios, o castigadas[6]. El disciplinamiento fue por momentos violento, con el uso de fuerzas policiales (como en Chile o Ecuador) o incluso militares (como en Colombia).
 
Esas medidas expresaron acciones discrecionales del Estado, sea en la aprobación de esos controles ya que muchas estaban viciadas legalmente, como en sus aplicaciones, dado que el propio Estado no las aplicaba eficientemente, toleraba los incumplimientos o había políticos y funcionarios estatales que no las respetaban. Un caso escandaloso fue la fiesta de cumpleaños realizada por la pareja del presidente de Argentina, Alberto Fernández, en 2020, mientras en su país estaba prohibida cualquier reunión grupal.
 
La utilidad sanitaria es dudosa porque la pandemia siguió su marcha, pero fueron muy efectivas en asegurar el componente de una espacialidad del confinamiento en la necropolítica basada en una continua vigilancia. Varios gobiernos instalaron números de teléfono para dejar denuncias anónimas de reuniones o fiestas o incumplimientos de aforos. Varios sectores ciudadanos reclamaban no solamente esas medidas sino que las aplicaban ellos mismos, vigilándose unos a otros, y llegando al extremo de ejercer directamente los castigos. Un ejemplo ocurrió cuando una persona se subió sin tapabocas a un transporte público en Buenos Aires, lo que resultó en el reclamo de otros pasajeros, hasta que fue obligado a bajar a los golpes[7].
 
Este tipo de controles del espacio ya habían sido advertidos años atrás, por ejemplo por Mike Davis[8], pero ahora se expandieron a casi todas las ciudades, mucho más tecnificados, menos interesado en disciplinar pero si orientados a asegurar segregaciones y confinamientos. Como si el poder aceptara que aquellos que rotula como peligrosos puedan agredirse entre ellos mientras sea dentro de sus guetos, pero evitando que invada el espacio de los privilegiados.
 
 
Temor y miedo
 
El temor alimenta estas condiciones: vecinos temerosos de enfermarse denuncian a otros vecinos, se aplaude la militarización y policialización de la vida urbana, y se terminan justificando todo tipo de controles. Las personas tienen miedo tanto del virus como de los que deambulan por las calles con hambre. Cualquier persona sin un tapabocas podría ser peligrosa. Se lanzan policías y gendarmes, como en Chile, que a su vez reprimen con violencia a los que deambulan en las calles, quienes casi siempre son los más pobres. O bien, como en Brasil, se aprovecha esta situación para liberalizar la tenencia de armas[9].
 
El temor y el miedo son determinantes en la necropolítica. Se reproduce con la narrativa de una guerra contra un enemigo invisible y que puede estar en cualquier sitio. Eso llevó a aceptar, e incluso reclamar, esas medidas excepcionales, como los toques de queda o enclaustrar a millones de personas. Las salvaguardas de los derechos, que ya tenían muchas limitaciones en todos los países, se debilitan más bajo esta necropolítica. Pero además, siempre se renueva, ya que cada nueva cepa del virus reemplaza a la anterior por lo que nunca es vencido definitivamente.
 
 

Crisis entrelazadas
 
No puede hablarse de una única crisis debida a la irrupción del Covid19. La pandemia se instaló sobre varias otras crisis que ya estaban en marcha desde antes, tanto sociales, económicas como ambientales. Las exacerbó, le sumó nuevos componentes como el sanitario, y de ese modo se produjo un conglomerado de crisis entrelazadas. Estas son globales pero golpean de distinto modo a cada región y a cada país.
 
El impacto en la economía global fue enorme. Se estima que en 2020 el producto global cayó 3.5%, a partir de recesiones en casi todas las naciones. América Latina sufrió la mayor caída regional (estimada en 6.5%), sumergiéndola en la peor recesión económica en los últimos cien años[10]. La retracción ha sido particularmente severa en países como Venezuela, Perú y Argentina. Se ha estimado que en 2020 se sumaron 22 millones de nuevos pobres, con lo que el total llegó a 209 millones de personas; se retrocedió a proporciones de hace más de diez años atrás (12.5 % en la indigencia y 33.7% en la pobreza)[11]. El hambre se agravó en varios países, alcanzando niveles alarmantes por ejemplo en Brasil (19 millones pasaron hambre a fines de 2020[12]), mientras que muchos otros también han perdido su vivienda.
 
La destrucción laboral ha sido brutal, entendiéndose que a mediados de 2020 se habían perdido 47 millones de empleos en Latinoamérica, especialmente en jóvenes y mujeres[13]. Al mismo tiempo aumentó la economía informal, se deterioró la educación, y el colapso sanitario tendrá consecuencias tanto por el Covid19 como por otras patologías que no recibieron adecuada asistencia.
 
Los gobiernos y algunos actores políticos, e incluso académicos, presentan como un éxito los ejemplos de teletrabajo, donde las personas seguían con sus labores utilizando una notebook en sus casas. Si bien eso ha ocurrido en algunos sectores, esa imagen ha sido exagerada de un modo desvergonzado. Hay enormes mayorías que no tienen computadora, no tienen acceso a internet ni podrían pagarlo, o sus labores no pueden ser digitalizadas. Es imposible que, por ejemplo, el carpintero que ofrece su trabajo en la plaza del barrio pueda hacer teletrabajo. De ese modo, la crisis económica y social asociada a la pandemia golpea a esos grupos muy duramente, y ese dramatismo se disimula bajo ilusiones de teletrabajo que son inalcanzables en buena parte de América Latina.
 
Del mismo modo, las medidas de mitigación económica y social han sido totalmente insuficientes, en varios casos han beneficiado a las empresas pero no a sus empleados o la ciudadanía en general. Después de más de un año podría decirse que, en América Latina, tal vez su fin primario era evitar estallidos ciudadanos y no mucho más que eso. Dicho de otro modo, se asistió lo necesario para que esas masas empobrecidas y cansadas no pusieran en riesgo a los sectores privilegiados.
 
En 2021 se proyecta que la economía global crecerá 5.6%, sobre todo en los países industrializados. En América Latina se proyecta un crecimiento de 5.2%, lo que implica que no se recuperará de la caída del año previo[14]. Unos pocos países, como Chile, regresaran a indicadores económicos previos a la pandemia, pero al mismo tiempo hay economías que enfrentan futuros sombríos, particularmente Venezuela y Argentina.
 
Sin embargo, no pueden disimularse las múltiples incertidumbres que persisten. Más allá de que el número de casos globales de Covid19 desciende, distintos problemas globales siguen su marcha, y en algunos casos no está claro su desenvolvimiento. Entre ellos están por verse las consecuencias por inflación y endeudamiento, las rupturas y bloqueos en las redes logísticas globales (con fenómenos tales como congestionamiento en puertos, caída en rutas de transporte marítimo, escasez relativa de contenedores, aumento del precio de fletes marítimos, etc.); la detención en algunas cadenas de producción, en varios casos por dificultades en obtener insumos o por el costo de la energía; suba de los precios de combustibles fósiles (asociado a ello están las preocupaciones en Europa por los costos de la calefacción y la electricidad[15]). Como se puede ver se mezclan serios problemas sobre acceso a materias primas, oferta de bienes, cadenas logísticas, costos de la energía y endeudamiento privado y público.
 
 
Vidas desechables
 
De este modo, sea bajo un conglomerado de acciones como por la ausencia de ellas, el entramado de múltiples crisis desemboca en una política que separa, por un lado, vidas que son defendidas, y por el otro, vidas que pueden ser desechadas. Se deja a millones de personas sin asistencia ni cobertura, convirtiéndolas en muertos-vivos que deambulan en la pobreza.
 
Las cuarentenas impactan sobre todo en sectores populares, y en especial los que operan en la economía informal. Al impedirse que opere el comercio, las ferias vecinales o actividades como las de pintores, carpinteros, albañiles, y más, o sea, quienes dependen de recibir dinero diaria o semanalmente, se desplomaron. Como la tasa de desempleo se disparó, caen los ingresos familiares, muchos hogares se hunden en la pobreza, y además padecen hambre. Pero ellos a su vez arrastraban condiciones de precariedad previas. Por ejemplo, el pedido de un repetido lavado de manos para enfrentar la pandemia se vuelve imposible en villas miserias o favelas que carecen de agua potable, tal como ocurre en muchas ciudades.
 
Se “manufacturan multitudes que viven en el borde de la vida, o incluso por fuera de ella”, cuyos medios de vida los colocan continuamente “frente a la muerte”, y las condiciones para esa misma muerte se vuelven “espectrales”, tal como afirmaba Mbembe[16]. Es una política que ya no se siente obligada a rescatarlos, y usa la pandemia para liberarse de culpa y vergüenza.
 
Los privilegiados, en cambio, accedieron a asistencia médica o a la vacunación, en muchos casos por medios espurios. Esa distinción necropolítica quedó muy en evidencia con los escándalos por irregularidades en acceder a la vacunación que favorecieron a los amigos del poder. Son las vacunas VIP, como en Argentina, Perú o Ecuador, que muestran que hay elegidos que merecen ser salvados antes que otros[17].
 
En el otro extremo, quienes son arrinconados como desechables sienten que ya no tienen un futuro que puedan escoger, y para algunos solo les queda la posibilidad de elegir cómo morir. No pueden visualizar un porvenir porque saben que serán desempleados, o tendrán un trabajo insalubre o peligroso, o los asesinarán en un robo, en un ajuste de cuentas, en una embestida policial o en un ataque de paramilitares. Sus familias han sufrido condiciones de precarización por décadas, y aunque escaparon a algunas de esas circunstancias, ahora además deben enfrentar al virus. Son vidas con un precio tan exiguo que hasta pierden su equivalencia en el mercado, y su manifestación a veces sólo está en el tipo de muerte que sufrirán. Para algunos la existencia se concreta completamente en el mismo momento en que ésta finaliza, en el instante de la propia muerte[18]. Es una condición invertida, donde la vida es solamente el medio para morir, decía Mbembe.
 
 

Dejar morir a las personas
 
Podría decirse que los fallecimientos ocurridos bajo la pandemia son solamente otra forma de morir de las muchas que se sufren en América Latina, donde la plaga de la violencia se padece desde hace mucho tiempo. Sin embargo, lo que aquí se llama necropolítica es diferente porque no se refiere a las muertes por hechos criminales o por alzamientos armados, no está restringida a los pandilleros en las ciudades ni a la represión policial o las acciones de guerrillas o paramilitares. Alude, en cambio, a dejar desamparadas amplias mayorías, desprovistas de asistencia sanitaria adecuada, de ayudas básicas en alimentación o vivienda, para simplemente dejarlos librados a su suerte, lo que para muchos desemboca en la muerte.
 
La escala de esta situación es abrumadora. Se han sumado más de 40 millones de casos de Covid19 en América Latina, y han muerto casi un millón y medio de personas (a fines de Setiembre 2021[19]). La región se convirtió en una de las más golpeadas por la pandemia. Los peores registros se observan en Brasil, con casi 600 mil fallecidos, seguido por México (278 mil), Perú (199 mil), Colombia (126 mil) y Argentina (115 mil). En proporción a la población, el saldo más grave ocurre Perú (casi 6 mil muertes por millón de personas), seguido por Brasil, Argentina y Colombia. Todo esto sin dejar de reconocer que el impacto es seguramente más severo dadas las dificultades de registro y monitoreo.
 
Hemos sido testigos de tragedias debido a la falta de personal médico y equipos, unidades de cuidado intensivos insuficientes o carencia de respiradores, médicos que deben decidir a quién asistir o a quién no, y largas filas ante los hospitales. Han muerto personas por carecer por elementos tan básicos como el oxígeno. Tampoco faltaron los corruptos, que traficaron con medicinas u oxígeno, o vendieron equipamiento médico defectuoso o inadecuado. Con la vacunación se repitieron los mismos problemas, tales como la lentitud, inoperancia en la gestión, y hasta la corrupción. Se sucedieron imágenes de fallecidos en las calles o en sus hogares que los servicios de salud no recogían, alertas de enterramientos en los patios de las viviendas, e incluso la venta de hornos crematorios portátiles (como ocurrió en Bolivia). El ritmo de muertes fue tan vertiginoso que varios cementerios colapsaron y se debían abrir nuevas tumbas día y noche. Entretanto, en muchos sitios solamente los que tenían más dinero podían asegurarse una atención médica adecuada.
 
Posiblemente el caso más dramático del dejar morir ocurre con los pueblos originarios. A finales de 2020, ya había mucho más de un millón y medio de indígenas afectados por Covid19 en la región amazónica, y se estimaba que 37 747 habían fallecido, una proporción enorme en relación a sus poblaciones totales[20]. En los hechos, gobiernos como el de Jair Bolsonaro, han dejado que indígenas enfrentaran al Covid19 como pudieran; el presidente no ha sentido ninguna vergüenza en responder que bastaría que tomaran té[21]. Al mismo tiempo, la violencia no dejó de crecer en sus territorios; la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la cuenca Amazónica (COICA), en 2020, alertó que cada dos días moría asesinado un líder indígena en la Amazonia[22]. La necropolítica además destruye los ambientes que ocupan y contaminan sus aguas y alimentos, con lo que hacen imposible su vida. Bajo esas condiciones opresivas algunos pueblos enfrentan su exterminación[23], como los Yanomami de Brasil[24].
 
A pesar de todas estas tragedias, el dejar morir se ha consolidado y aceptado; en ningún país está en marcha una reforma radical de la salud pública. Son fallecimientos sobre los que no se exigen responsabilidades, nadie debe explicarlos, nadie será sancionado.
 
 
 
Dejar morir a la Naturaleza
 
La necropolítica también deja morir a la Naturaleza. Es una condición inseparable a la de desechar a los humanos. El deterioro ecológico persiste en todos los niveles, y la incapacidad para resolverlo ahora pasó a ser justificada invocando las crisis por la pandemia.  Escudándose en la idea de la necesidad de exportar recursos naturales como salida a la recesión económica, se reforzaron las posturas tradicionales que consideran que las medidas ambientales son, al fin de cuentas, trabas económicas. Entonces se liberan o flexibilizan los controles ambientales, y el resultado puede ser ilustrado con la deforestación. La pérdida de bosques volvió a aumentar en toda la región, alcanzando los 2,3 millones de hectáreas (en 2020, en Brasil se perdieron 1 700 mil has de bosques, sobre todo en la Amazonia; le sigue Bolivia, con más de 276 mil has; Perú con 190 mil has; y Colombia con 166 mil has[25]).
 
Otra expresión extrema han sido los incendios de bosques, pastizales y humedales. En 2020 se identificaron casi 362 mil focos de calor en América del Sur; en 2021, entre enero y setiembre, ya se cuentan aproximadamente 140 mil focos solamente en Brasil (un poco más de la mitad de ellos en la ecorregión del Cerrado, seguida por la Amazonia)[26]. El fuego se comporta como un virus que avanza sin poder detenerse[27].
 
Ahora se intenta que los extractivismos ingresen a los últimos refugios de vida silvestre, incluyendo parques nacionales o territorios indígenas. Eso explica, por ejemplo, el aumento de la deforestación en los parques nacionales en la Amazonia colombiana[28], o el ingreso de mineras y petroleras dentro de las áreas protegidas en Bolivia[29].
 
Bajo la pandemia tampoco se revertieron los problemas planetarios. Las emisiones de gases invernadero, y el cambio climático sigue su marcha poniendo en riesgo a todos los ecosistemas, y desencadenando alteraciones, por ejemplo en regímenes de lluvia o en la temperatura, que ponen en cuestión la viabilidad de nuestra especie[30]. La antropización de los ambientes naturales afecta a todos los rincones del planeta; al menos un millón de especies de fauna y flora enfrentan la extinción[31]. Se sigue promoviendo una agropecuaria intensiva, que utiliza agroquímicos, y que multiplica los impactos ambientales. Cambios en unas dinámicas ecológicas pueden encadenar consecuencias catastróficas en otras, algunas irreversibles, a medida que se rebasan los puntos de inflexión ecológica[32]. En resumen: el planeta está muriendo[33].
 
 
Mantener viva a la economía
 
Mientras la necropolítica deja que mueran las personas y la Naturaleza, al mismo tiempo se aferra a mantener viva la economía convencional. Esto no siempre se advierte porque la atención está en asuntos como la disponibilidad de camas de cuidado intensivo o el acceso al empleo. Sin embargo, todos los gobiernos latinoamericanos han optado por persistir en estrategias económicas convencionales, especialmente la masiva apropiación de recursos naturales para exportarlos, otorgan distintas ventajas al capital, se endeudan y protegen al empresariado.
 
Las ayudas económicas en América Latinas fueron limitadas; apenas un cuarto de las anunciadas en los países industrializados. Además estuvieron concentradas en asistir al empresariado; por ejemplo, en Chile, Colombia y Uruguay se estimó que los créditos a empresas duplicaron al gasto social frente al Covid19[34]. Al mismo tiempo, están regresando las medidas de ajuste fiscal y recorte del gasto público, recordando los programas neoliberales del siglo pasado, aunque de ese modo están agravando las crisis. Ecuador, sumido en lo que se califica como la peor crisis económica de su historia, ofrece un ejemplo[35].
 
Este mantener viva a la economía en América Latina es asegurar los extractivismos. En plena pandemia se otorgaron excepciones para que sectores como el minero y petrolero siguieran funcionando, y se promovieron los agronegocios. Mientras se imponían confinamientos urbanos, los enclaves extractivos permanecían activos; se protegía a esas empresas pero no a sus trabajadores. Esto ocurrió bajo distintas posturas político partidarias, desde los progresismos en Argentina y Bolivia a los gobiernos conservadores en Colombia y Chile.
 
Como puede verse, se mantiene viva una economía que en realidad es una economía de la muerte, tanto entre las personas como con la Naturaleza. Se protegió al capital y se justificaron toda clase de sacrificios para hacerlo. Esto tiene antecedentes históricos en una economía política de la destrucción, para usar las palabras de Mbembe[36].
 
El propósito de mantener viva la economía no se oculta sino que se celebra. Por ejemplo, en Lima, el periódico El Comercio festejaba que los indicadores económicos en 2021 eran mejores incluso a los 2019, mientras el país batía records de muertes por Covid19[37]. En Colombia, la prensa convencional no se avergonzaba por el aumento de víctimas o de la pobreza, o por la represión y muertos tras las protestas callejeras, pero se escandalizó cuando se redujo la calificación de riesgo país y se perdió el grado de inversión[38].
 
Bajo la necropolítica parecería que los ministros de economía seguían, como siempre, contabilizando las exportaciones de recursos naturales. Pero no se sabe si las muertes por Covid19 también tienen una expresión en sus planillas de cálculo; festejan balances pero no ofrecen una nueva economía política que reduzca las muertes y el colapso ecológico.
 
 

El sentido de necropolítica actual
 
Los distintos componentes de la necropolítica que se acaban de describir, como ya fue dicho, están inspirados en las ideas de Mbembe. Estas tienen casi veinte años y además reaccionaban ante un momento histórico específico. Por lo tanto, es necesario abordar tanto las coincidencias como las diferencias con aquellas propuestas para avanzar en clarificar el sentido que aquí se otorga a la necropolítica para este momento y desde América Latina[39].
 
Una primera cuestión radica en la escala. Aunque en ello se coincide con los señalamientos de Mbembe, en la actualidad se multiplican aún más. Medidas como el confinamiento o la vigilancia alcanzaron a casi todo el planeta, afectando sobre todo las grandes ciudades en las Américas, Europa y buena parte de Asia. Centenas de millones de personas quedaron sujetas a medidas tradicionales, como los controles policiales, y otras novedosas, como el monitoreo por medios digitales.
 
En segundo lugar, aunque la necropolítica implica violencia, debe ser diferenciada de la que emplea el Estado ante el criminal, el pecador o el infiel, sea para castigarlo por la desobediencia como para convertir ese castigo en ejemplo; también es distinta de acciones como el asesinato de rivales políticos como ocurre bajo gobiernos dictatoriales o autoritarios.
 
La necropolítica puede tolerar desobediencias, en tanto hay amplios sectores sociales que le resultan desechables. Es por ello que su gestión nunca resuelve, por ejemplo, la violencia entre pandillas o bandas de narcotraficantes. Tampoco usa la violencia como ceremoniales del castigo; no hay cadalsos ni espectáculos públicos como ocurría, por ejemplo, en el siglo XIX[40].
 
La necropolítica igualmente se diferencia de la violencia aplicada a escala mayor, como pueden ser la guerra, genocidios o etnocidios. El genocidio, pongamos por caso, también puede afectar a millones de personas pero se diferencia por responder a una voluntad de aniquilar o destruir a grupos específicos[41].
 
El dejar morir de la necropolítica radica en acciones o inacciones que terminan en muertes silenciosas, anónimas, imperceptibles en demasiadas ocasiones, sucesivas y sin pausa. Sin duda esa condición está superpuesta con la violencia, en tanto la posibilita, y a su vez su repetición alimenta a la necropolítica.
 
Esa vinculación lleva a considerar un tercer punto. La necropolítica se nutre de la violencia en todas sus expresiones, sea la ejercida por el Estado como por la que parte de otros ámbitos, como las guerrillas removilizadas en Colombia, las “maras” centroamericanas, los carteles mexicanos, o las bandas en las ciudades brasileñas. En esa condición puede inscribirse la relectura de la necropolítica que hace Sayak Valencia para las mafias mexicanas[42]. Pero también se articula con aquella que es molecular y cotidiana, que se observa en los barrios y que padecen aquellos que están atrapados en situaciones sociales en las cuales no entienden o no conocen otro lenguaje que el de la violencia. Esto puede llegar a casos como la sacralización y ritualización del culto a la muerte como describe Valencia en México. Sin embargo, la necropolítica aquí se entiende de un modo distinto al abordaje del “capitalismo gore” por Valencia, ya que si bien no rechaza una industria de la muerte sea parte de la necropolítica, no restringe esa condición al mundo de las mafias y bandas criminales. Hecha esa aclaración no debe dejarse de señalar la relevancia del análisis de Valencia, ya que discute la idea de necropolítica en las especificidades del capitalismo sudamericano.
 
Dando un paso más, como cuarto punto, dada esa asociación con la violencia se podría argumentar que la necropolítica no reviste novedad. Como la muerte y la violencia se han repetido por siglos, si hubiese una necropolítica estaría presente desde tiempos coloniales, floreció en las guerras mundiales, y así sucesivamente. Este cuestionamiento también se entremezcla con quienes sostienen que el biopoder descrito por Foucault nunca dejó de ser violento ni de imponer la muerte (como advertía Agamben[43]).
 
No es el propósito de este ensayo entrar en esa discusión, porque el uso de la categoría de necropolítica aquí empleado acepta esas observaciones. Si la necropolítica tiene antecedentes más o menos antiguos no obliga a invalidar lo que ocurre en la actualidad. Incluso en posturas tan tempranas como Thomas Hobbes[44], el poder absoluto que garantiza la vida ciudadana descansaba en la decisión sobre la muerte, y desde allí, de distintos modos, la política de la Modernidad se construyó para asegurar la vida aunque imponiendo obediencia, controles y violencia al hacerlo. Pero al mismo tiempo, existieron reacciones, rechazando la violencia, reclamando derechos, sublevándose contra el racismo, etc. Bajo esos vaivenes se construyeron las ideas e instituciones sobre democracia, derechos, participación o libertad. Es cierto que la muerte y la violencia no se erradicaron, pero se las enfrentaba. La novedad de la necropolítica actual es que esos contrapesos languidecen y se debilitan. La muerte se naturaliza, se la tolera.
 
No es que la necropolítica rechace, pongamos por caso, las declaraciones y mandatos sobre los derechos humanos, sino que simplemente cae en la letanía de ignorarlas. En esa indiferencia los hace desaparecer. No hay órdenes de ejecución, no hay juicios sumarios, ni otras acciones específicas, sino que estamos ante un vacío, ausencias en la que se muere. Tampoco es un estado de “excepción” como suspensión del orden jurídico, sino que es más similar a una condición previa, al anularse las reacciones morales. Aunque se utiliza repetidamente la retórica de una “guerra” contra el virus, no lo es, y si fuese válida la metáfora bélica en realidad no hay victorias, sino una repetida y continuada retirada, en desorden, donde se deja atrás a todos los heridos.
 
Nada de esto implica olvidar las herencias históricas. Esta quinta cuestión está contemplada por el mismo Mbembe, al recordar los efectos del colonialismo, con su violencia y brutalidad, y del racismo, con la división en grupos, calificando a unos como superiores y a otros como salvajes, inferiores, peligrosos o enemigos. En las Américas fue muy claro que matar a un indígena o un esclavo no era un crimen, sino que estaba socialmente aceptado. O dicho de otro modo, y continuando con Mbembe, se naturalizaba una violencia que no es la de una guerra, sino como una cotidianidad y repetitividad.
 
En la actualidad, matar es un crimen, y no han caído las normas que intentan evitarlo y eventualmente lo castigan, y para muchos sigue siendo socialmente censurable. Pero la necropolítica es ese conjunto de grandes y minúsculas acciones o inacciones políticas que desembocan en la muerte de personas, donde no es sencillo identificar a un culpable, y que en su repetición termina siendo naturalizada por muchos.
 
Finalmente, como sexto punto, en la necropolítica contemporánea dejar morir a las personas está íntimamente asociado a la muerte de la Naturaleza, mientras se mantiene viva a la economía que conocemos. Esta dualidad, entre dejar morir a lo vivo para preservar al capital, constituye una condición clave, donde estos dos componentes revisten la misma importancia y se alimentan entre ellos.
 
Todas estas condiciones requieren avanzar en la identificación de los modos por los cuales se justifica y legitima la condición necropolítica, y eso se explora en las secciones siguientes. Diciéndolo de otro modo, la necropolítica aunque expresa fallos sustanciales de la política convencional se está diseminando y naturalizando en una mezcla de indiferencia, impotencia o incapacidad. Las justificaciones y legitimaciones morales que articulan la política se están modificando radicalmente.
 
 

Fracasos y justificaciones
 
La necropolítica resulta de un fracaso generalizado de la política actual. Si ésta hubiese sido exitosa, el número de fallecidos sería menor, estaríamos embarcados en radicales reformas de la institucionalidad y gestión de los servicios sanitaria, se contaría con muchos más vacunados, y menos personas padecerían hambre. Pero los actores políticos, sea asociados a los gobiernos o a la oposición, todos ellos, han fallado en asegurar la vida y evitar las múltiples crisis. La necropolítica es la consecuencia de ese fracaso.
 
Esta incapacidad ocurrió bajo gobiernos (y oposiciones partidarias) de muy distinta mirada ideológica, conservadores como Colombia y Chile, o progresistas como en Argentina y Venezuela. La retórica gubernamental se enfocó en las excusas y la oposición en recriminaciones, pero todos quedaron atrapados en ser administradores o gerenciadores de las muertes. Un caso extremo es el brasileño Jair Bolsonaro, alcanzando un clímax necropolítico al justificar su inacción en considerar que la enfermedad era una “gripecita o nada”[45].
 
No estamos ante una desaparición de la política, sino que se desenvuelve con otros sesgos. Muchos de los males conocidos, como el deterioro democrático o la inseguridad ciudadana, se acentuaron bajo la pandemia, y la institucionalidad y mecanismos para revertirlos, se debilitaron. La desconfianza con las prácticas e institucionalidades políticas, un problema que se arrastra desde hace años, continuó profundizándose.
 
El mandato primordial de la política propia de la Modernidad se está modificando, aceptándose no sentir obligaciones frente a las muertes o las vidas de los vivos-muertos, tal como advertía Mbembe. Así se instala y naturaliza una inversión que es propia de la necropolítica, donde la “vida es solamente un medio para morir”. El sentido trágico se suspende y estas actitudes se diseminan día a día, en pequeñas dosis o en “pequeñas masacres”[46].
 
El confinamiento y las crisis entrelazadas impusieron severas restricciones sobre la denuncia, movilización o protesta ciudadana, y de esa manera se redujo la presión ante múltiples injusticias. Al mismo tiempo, el miedo alimenta la inacción como la indiferencia, con lo cual no solamente no hay reacciones por las prohibiciones y castigos estatales, sino porque muchas personas dejan de estremecerse ante la muerte. El sesgo neoliberal que por años se practica por ejemplo en Chile, Perú o Colombia, tiene claras responsabilidades en la promoción de condiciones que la pandemia ha exacerbado; los progresismos, por su parte, no han sido efectivos en instalar mejores antídotos ni contrapesos.
 
Al mismo tiempo se emplean múltiples justificaciones. Las más conocidas están enfocadas en saltear las responsabilidades del Estado y de los actores políticos, para achacar las muertes al virus, a la crisis económica, a los partidos de oposición, al egoísmo de los países industrializados que acapararon las vacunas, a los manejos de empresas farmacéuticas, y así sucesivamente.
 
Dentro de esas justificaciones se destaca una: utilizar la idea de libertad para justificar la necropolítica. Este es un giro revelador de los cambios que están en marcha y por ello debe ser analizado con más detalle. Un caso extremo ocurrió en Uruguay, bajo la gestión de la pandemia por la administración de centro derecha de Luis A. Lacalle Pou. Una y otra vez insistió en la llamada “libertad responsable”, colocando buena parte de la carga de las acciones frente a la pandemia en las personas, mientras se reconocía que no se podían imponer unas restricciones que resultarían, pongamos por caso, en multar o encarcelar a miles de personas. Se aplicaron algunas medidas, pero no toques de queda ni confinamientos como en Argentina o Chile, aunque tampoco se negó la gravedad de la situación como en Brasil. El acento estaba en las acciones personales tales el uso de mascarillas o evitar reuniones.
 
Se impuso la idea que el primer responsable es el individuo, y como consecuencia, si uno se contagia es por su propia culpa o de alguien cercano que no siguió las indicaciones de bioseguridad. La crisis sanitaria era, según esa argumentación, el resultado de inconductas individuales como no usar tapabocas o asistir a fiestas clandestinas. Bajo este razonamiento, el Estado casi no tendría culpas en lo que suceda, ni sería responsable ni necesariamente debía hacer más de lo que ya hacía. Se encadenó, con éxito, una serie de mensajes donde si te contagiás es tu culpa, si morís será por tu culpa o por la de quien te contagió. Esto es una expresión cristalina del cambio moral de la necropolítica hacia el individualismo, el vaciamiento de lo colectivo, y por ello cada uno carga con su suerte.
 
Al mismo tiempo el gobierno de Lacalle Pou sostenía que actuaba ante la pandemia, y como prueba mostraba que sumaba más y más camas de tratamiento intensivo. Los apoyos descansaron, por ejemplo, en mecanismos que ya existían (como el seguro de desempleo), mientras que la ayuda extraordinaria, como en alimentación, fue escasa, deficiente y desordenada. El resultado fue un visible aumento de las personas en situación de calle y la proliferación de “ollas populares” en los barrios para conseguir una comida caliente en las noches de invierno. El slogan de que si te enfermás es tu culpa, comenzó a confundirse con la idea que si la pandemia te arrastra a la pobreza, también es tu culpa.
 
De este modo, la idea de la justicia social queda despojada de sus mandatos colectivos y multidimensionales, y es reemplazada por acciones voluntarias individuales tales como la caridad y la clemencia. Al retraerse el Estado, la ayuda descansó más en las organizaciones vecinales o de la filantropía de empresas o individuos adinerados.
 
La caridad no es exigible en sí misma, y responde a motivaciones personales, que no pocas veces reproducen una asimetría ciudadana vertical, ya que evoca la imagen del privilegiado, del rico, que concede una limosna al necesitado o al mendigo. Ese individualismo caritativo se justifica invocando a la “libertad”, y ese cambio fue apoyado por una alta proporción de la opinión pública durante casi dos años[47]. Esto muestra que la necropolítica penetra, poco a poco, en la sociedad.
 
Este caso muestra como bajo la necropolítica se ofrece un discurso moral pero recostado en un individualismo descarnado y un encogimiento del Estado ante la justicia social[48]. El gobierno no imponía, no era autoritario, pero dejaba a muchos librados a su suerte, convirtiéndolos de hecho en vidas desechables. No se fortaleció la solidaridad o la justicia, donde las personas están obligadas a lo común, sino que cobró protagonismo la caridad y limosna, típica del individualismo. Esa idea de la libertad hace por momentos innecesarios otros argumentos para mantener viva la economía mientras se deja morir a las personas y la Naturaleza. Dicho de un modo muy esquemático, asegurar el capital es correcto y justo, pero dejar morir a los seres vivos puede ser indiferente.
 
 
Moralidades ausentes y opresión
 
Al considerar superfluos o desechables a la vida humana y no-humana, inevitablemente deben examinarse si allí no está encerrada una sensibilidad de la crueldad y la maldad.
 
Un vínculo de ese tipo había sido advertido por Hannah Arendt. A su juicio, lo que denominó como el “mal radical” resultó de una relación con un “sistema en el que todos los hombres se han tornado igualmente superfluos”. En 1951, Arendt afirmó que los regímenes totalitarios podían caer pero persistirían las tentaciones de “soluciones totalitarias” en donde parecería imposible “aliviar la miseria política, social o económica de una forma digna del hombre”[49]. Fue una premonición que alcanzó a la necropolítica actual.
 
Sin embargo, la necropolítica no es equivalente al odio, ni siquiera al mal radical en el sentido de Arendt, pero los posibilita, los multiplica, y a la vez los naturaliza. Se alimenta una condición donde todo es posible, y por ello todo puede ser destruido, como advertía Arendt. No se reconocen límites, se puede decir cualquier cosa, y pasar directamente de esas palabras al acto, y eso es justamente lo que ocurre en Brasil.
 
El gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil es un ejemplo escandaloso; allí, desde el poder se dicen palabras brutales que desembocan en la destrucción. Así describe Renato Lessa una fenomenología de la destrucción en marcha bajo Bolsonaro[50], que avanza sin intermediaciones de la política regulada. Las advertencias de Lessa coinciden en su esencia con la condición necropolítica aquí descrita, como ocurre cuando alerta que el “ámbito del ataque a la perspectiva de la vida, como valor e indicador básico de la legitimidad del Estado, tiene su escenario noble en la ‘gestión’ de la pandemia” convirtiéndola en un “campo privilegiado para la destrucción de lo común”.
 
Se está ante la erosión y recortes de elementos básicos contenidos en la promesa de la política propia de la Modernidad de asegurar la vida. Esa promesa legitimaba al Estado, y su institucionalidad ampliada, como justo y correcto. En la necropolítica, se alteran esas justificaciones y legitimaciones modificándose los sentidos del bien y el mal, sobre lo justo y lo injusto, y sobre otras categorías fundantes de la moral. El rechazo y el espanto ante el dejar morir se desvanece porque pasa a ser visto como aceptable y correcto, no habría injusticias en ello y se lo justifica con una moralidad como la de la “libertad responsable”.
 
Recordemos que una de las cuestiones centrales de la política moderna es su filosofía moral sobre qué es el bien. Sus distintas expresiones nutrían a todas las ideologías políticas, desde conservadores a socialistas, enfrentados unos con otros en sus respectivas versiones de la justicia y de lo correcto. Al mismo tiempo, se imponía el control y el disciplinamiento.
 
Bajo la necropolítica ese dejar morir ya no es insoportable, el incumplimiento de aquella promesa de asegurar la vida no causa vergüenza y menguan las pasiones políticas para concretarlo. Bajo esta indiferencia, la sombra de la banalidad en el malvado, señalada por Arendt, no puede olvidarse[51]. Pero como se advirtió arriba, la necropolítica no debería confundirse con los eventos de guerras, genocidios o violencia en determinados sitios o tiempos, ni con actos individuales. Estamos ante una condición más difusa y que ha penetrado profundamente, un cambio sobre la misma forma en que se plantean las preguntas y las respuestas sobre el bien y el mal, lo justo o lo injusto.
 
Esta problemática no es abordada frecuentemente porque hay muchas resistencias a considerar cuestiones morales en la política. En unos casos se denuncian las morales invocadas por la derecha política; en otros, algunas izquierdas la usan en un tono mesiánico para plantarse como superiores. Además, desde un punto de vista conceptual pesan las advertencias que los programas morales llevarían inevitablemente a regímenes autoritarios.
 
Aunque todos esos riesgos deben tenerse presentes para evitarlos, no puede dejarse de reconocer el papel clave que juegan los marcos morales en un sentido más profundo en determinar la política. No sólo eso, sino que la moralidad que mandata defender la vida a su vez está íntimamente relacionada con afectos y sensibilidades, incluso el amor. Se ama la familia, a la comunidad, y también al terruño. Desde esas y otras afectividades se nutren los compromisos con proteger la vida, en considerar esos mandatos como innegociables, y en saber que los fracasos desembocan en angustia y vergüenza. No estamos únicamente ante cuestiones racionales, cálculos de costos y beneficios; es más, si se intentara describir de ese modo los principios morales, ya se los estaría mutilando.
 
Cuando se anulan las sensibilidades y afectos, y se modifican los mandatos morales, para convertirlos en cálculos de beneficio individual, es cuando se instala la necropolítica. La pandemia ha potenciado más la obsesión con los beneficios o costos económicos, privilegiando una moralidad donde lo correcto está en la rentabilidad económica por encima de la salud y de los impactos ambientales. La política acepta “negociaciones” entre mandatos morales, bajo los cuales la protección de la vida, por ejemplo en una comunidad rural o de una montaña, sería “negociable” a cambio de una compensación económica. La condición que antes hacía inaceptable la destrucción de la vida, ahora se vuelve negociable, y ello se concreta frecuentemente en una dimensión económica. No sólo eso, sino que no se siente vergüenza mientras el dinero recibido sea suficiente.
 
En su expresión extrema se puede incluir el negocio de la muerte propio del “capitalismo gore” que describe Valencia para México, bajo el cual se ritualiza un culto a la muerte. “deificándola y elevándola a la categoría de santa”[52].
 
Cuando se reducen las consideraciones sobre el bien y el mal a comparaciones en una escala monetaria, no sólo se alimenta una mercantilización de la sociedad y el ambiente, sino que también se simplifica la diversidad en las moralidades que nutren la política. La consecuencia es una política transformada en un cálculo de beneficios o costos económicos. Por supuesto que es imposible comparar montos de dinero con lo correcto o lo justo, pero esa resolución aritmética es utilizada para eximir de culpas y vergüenzas. De estos modos, en la necropolítica, tal como se la entiende aquí, la moral no desaparece sino que persiste de otro modo.
 
Bajo ese contexto pasa al primer plano, por ejemplo, la caridad, la que es típicamente individual, reemplazando el mandato de la justicia, que es propio de lo colectivo. La moral caritativa es parte de la típica gestión neoliberal en sentido estricto, y bajo la pandemia se refuerzan. Esos cambios son justificados utilizando ideas como las de “libertad responsable”, tal como se examinó arriba para el caso de Uruguay. Dentro de esos entendimientos, no se puede juzgar ni al Estado ni a la sociedad en una dimensión moral, y se busca el refugio en la caridad, la que es un acto individual y voluntario; la dispensa quien desea hacerlo, en el momento que desea y como lo prefiera. En esto se vuelve tolerable la incapacidad para asegurar la justicia social mientras se puedan brindar actos publicitarios en los cuales corporaciones o millonarios hacen donaciones a los “más pobres y necesitados”.
 
Al mismo tiempo, si bien la necropolítica tampoco está únicamente en la violencia o la maldad del sicario, del ladrón, o del que incendia el bosque, también reside en los que dejan de considerar esas situaciones como intolerables. Las responsabilidades desaparecen, el señalamiento moral pierde su sustento, y desde allí se legitiman políticas que acentúan la necropolítica. La aceptación ciudadana hace que lo que antes era reprochable en personajes como Jair Bolsonaro, por su racismo, violencia y autoritarismo, deja de serlo para muchos, y no sienten pudor en apoyarlo. El cambio moral también está en que el dejar morir ya no necesariamente provoca angustia, vergüenza o culpabilidad.
 
Entretanto, crecientes mayorías, especialmente entre los más pobres y precarizados, enfrentan situaciones en las cuales no hay alternativas mejores, más correctas o más justas. Al extenderse la condición necropolítica sólo se pueden lidiar con distintos modos de ser un muerto-vivo, de morir o de provocar la muerte[53]. No estamos ante mayorías que tomen decisiones morales negativas, tampoco son inmorales o malvados en los usos convencionales de esas categorías, sino que son aquellos que no pueden escoger o no tienen opciones morales realmente disponibles. La necropolítica crea circunstancias donde la agencia moral fue cercenada para las mayorías. Las personas no pueden controlar ni escapar de lo que padecen, pero tampoco identifican opciones ni pueden sopesar sus consecuencias; no pueden elegir. Es una moralidad ausente, en el sentido de Tessman[54].
 
Como en la necropolítica las moralidades están recortadas se formalizan propuestas que hasta hace poco eran moralmente impensables. Por ejemplo, en Brasil, se presentó un proyecto de ley de reforma laboral que permitiría legalizar formas de explotación que se acercan al trabajo esclavo[55]. El mero hecho de plantear normas que podrían justificar la condición del explotado, y aún esclavizado, era políticamente imposible poco tiempo atrás, tanto por resistencias dentro de la mayoría de los partidos políticos como por una segura censura ciudadana.
 
Por lo tanto, están en marcha cambios tanto en la justificación como en la legitimación de la política e incluso del Estado. La justificación incluye un componente de aceptabilidad moral[56], que se modifica en la necropolítica, tal como se apuntó arriba a propósito de reducir el sentido del bien y lo correcto a la maximización de la utilidad. Ese es el centro de los discursos necropolíticos que reclaman mantener viva la economía para asegurar un supuesto bien (el crecimiento económico), pero que tienen como contracara la justificación del dejar morir. En los ejemplos de arriba, sostener a la economía justifica que los obreros enfermen o se promuevan flexibilizaciones laborales que se acercan al trabajo esclavo, no expresan una ausencia de la moral, sino que es una modificación bajo la cual desaparecen algunas argumentaciones morales y las que quedan toleran ese viraje. Al mismo tiempo, si la legitimación también requiere una dimensión moral para imponer obediencias, coerciones y obligaciones, especialmente desde el Estado, éstas también son alteradas bajo la necropolítica.
 
La pandemia fue decisiva para expandir y profundizar los controles y coerciones, los que a su vez alimentan esos cambios morales que derivan hacia la necropolítica. Como resultado, podría decirse que el Estado se deforma, hipertrofiándose en las aplicaciones de controles y coerciones, pero a la vez se retrae en asegurar la justicia y la vida. Este giro necropolítico es expresión de cambios profundos en la moral de justificación y legitimación de la política.
 
La diseminación de estos cambios necropolíticos no se deben a una simple indiferencia de las mayorías porque en ello se mezclan varias condiciones. Está la impotencia de quienes no logran tomar otras decisiones o la incapacidad de poder hacerlo por las condiciones de pobreza o exclusión que sufren. Son víctimas que están atrapadas, y donde muchos reproducen la violencia en un gesto desesperado de seguir con vida o por ser el único modo de vida que conocen. Allí opera la opresión, también en la dimensión moral. La impotencia, la incapacidad y la indiferencia de este modo se entremezclan, impidiendo sentir o pensar en el bien común.
 
Regresando a Arendt, ese recorte de la agencia moral es casi como impedir que los humanos puedan ser personas: “… el mayor mal que puede perpetrarse es el cometido por nadie, es decir, por seres humanos que se niegan a ser personas”[57], incapaces de pensar en el sentido que ella le otorga a ese término. A medida que la opresión reproduce la impotencia, incapacidad y la indiferencia, progresa esa incapacidad de pensar[58].
 
Durante la pandemia, cada vez son más los que no pueden escoger ni tienen entre qué elegir, la distinción entre la muerte y la vida se vuelve borrosa, y en parte porque la propia existencia es sentida como una muerte en vida. Existen reacciones, protestas y reclamos de aquellos espantados por la violación de los derechos humanos, pero son pocos los que están dispuestos a escuchar, y cada vez más, eso queda en manos de organizaciones ciudadanas cada una con su puñado de adherentes. Entretanto, la opresión ahora también opera cercenando las agencias morales. La política se vuelve para muchos un espectáculo de ocasionales actos de caridad de quienes tienen poder, mientras que es más difícil romper esa diseminada opresión de la necropolítica.
 
 

La cara oscura de la Modernidad
 
La diseminación de la necropolítica pone en cuestión a la propia esencia de la Modernidad. Esta ha sido defendida por atributos como el compromiso con la razón, la libertad y los derechos, con una mejor vida, o celebra sus modos de operar, como ocurre con el desarrollo y la tecnología. Pero también ha sido cuestionada por su compulsión a la dominación, tanto sobre los humanos como el ambiente, la imposición cultural, su colonialismo, o por la violencia.
 
Sin embargo, bajo la pandemia, la dominación y el miedo regresaron al primer plano, donde el terror al virus y al infectado, se vuelven factores esenciales bajo dinámicas que en América Latina se asemejan a las fases iniciales de la colonización[59]. Es una dominación ejecutada en todas sus dimensiones: la de unas personas sobre otras, de unos tonos de piel sobre otros, de los varones sobre las mujeres, de los humanos sobre la Naturaleza. La violencia y la crueldad, que siempre estuvieron presentes, se vuelven más expresivas pero al mismo tiempo son naturalizadas y aceptadas, sin condenas morales.
 
Algunos podrían argumentar que la necropolítica sería una disfunción de la Modernidad, una variedad incapaz de cumplir las promesas de asegurar, por ejemplo, los derechos a la vida. Siguiendo esas perspectivas, la alternativa a la necropolítica radicaría en retornar a las promesas “luminosas” de la Modernidad. O sea, volver a apostar a una Modernidad bajo la cual las formalidades y las retóricas eran las de defender la vida, más allá de si eso se lograba con un éxito suficiente.
 
Siguiendo esa perspectiva se aspira a reconstruir la Modernidad. Allí están los que desean que América Latina copie los modelos del Estado de bienestar europeo tal como operaba en sus mejores momentos. Son también los que se alinean con una reformulación del capitalismo, un reseteo para darle una cara social y ecológica, en contra de un capitalismo aún más destructivo. Pero siguiendo esos derroteros no se solucionan ninguno de los problemas de fondo. Del mismo modo, los críticos del capitalismo en casi todos los casos siguen enmarcados dentro de la Modernidad, ya que también participan del mito del progreso y la apropiación de la Naturaleza[60].
 
Es más, algunas de las alternativas más radicales cuando son examinadas con rigurosidad se revelan como escuálidas, y debe llamar la atención que se las tome en serio. Por ejemplo, el filósofo esloveno Slavoj Žižek[61] parte de un diagnóstico que interpreta que la pandemia ha sido un ataque múltiple y simultáneo al capitalismo mundial, pero lo que se observa es que el capitalismo sigue presente, y una vez más se refuerza bajo una crisis. Seguidamente, Žižek vaticinaba una solidaridad mundial para buscar soluciones, cuando lo que vemos es precisamente lo opuesto. Finalmente, Žižek postula como alternativa una nueva variedad de comunismo que debería operar como si se estuviera en condiciones de guerra, en una campaña militar, todos coordinados, aceptando ciertos niveles de autoritarismo, y ofrece como ejemplo la gestión en China. Como puede verse se desemboca en una retórica belicista típica de la necropolítica bajo una moralidad que termina coqueteando con el autoritarismo.
 
Otro ejemplo es “Bifo” Berardi, quien brinda una detallada y florida denuncia del inminente apocalipsis. Pero su alternativa sería, por ejemplo, un “comunismo de memes”, donde el comunismo no es político y los memes servirían para salir del caos mental[62]. Es muy difícil asumir que, China o la OMS por un lado, o los “memes” por el otro, sean efectivos ante la necropolítica.
 
Son evidentes la debilidad en diagnósticos y alternativas de este tipo, incluso en aquellas que se ofrecen como revolucionarias. Las opciones de cambio son tan débiles e inciertas que no inciden en las transformaciones que producen la necropolítica. Los recambios político partidarios quedan estancados o agotados, desde los conservadurismos europeos a los progresismos sudamericanos. A su vez, los debates sobre esa problemática terminan siendo conversaciones dentro de los saberes occidentales, especialmente eurocéntricos. En todo ese conjunto, desde Foucault a Agamben, Žižek a Berardi, son conversaciones enmarcadas en el norte global que no incorpora las particularidades de América Latina en particular, ni las del sur global en general.
 
Pero queda en evidencia que casi todas esas alternativas son modernas, y son incapaces de ir más allá de ésta. Enfrentamos una situación donde hay incapacidades para concebir y sentir la política de otras maneras que no sean las modernas. Es como si no pudieran liberarse de una herencia hobessiana (y lockeana), atrapados en discutir distintos modos de disciplinamiento y normalización para asegurar paz y vida, bajo diferentes justificaciones o legitimaciones. De ese modo, aquella cara oscura de la Modernidad siempre está presente, y es ella la que asoma y se generaliza bajo grandes crisis, tal como ocurre ahora con la necropolítica.
 
Seguramente podría resolverse la necropolítica en algún país y en algún momento en el día de mañana, pero persisten las condiciones para que regrese pasado mañana con otra nueva crisis. La necropolítica debe ser asumida como una consecuencia de la Modernidad que aparece una y otra vez: antes se diseminó con el colonialismo y el racismo, invadiendo nuevos espacios geográficos para conquistar a los que concebía como diferentes; en la actualidad, con casi todo el planeta invadido, se vuelve contra sí misma, y se devora dentro de sus propias ciudades y países.
 
Reconocer esta situación exige admitir que la Modernidad está agotada. Lo está en el sentido de ser incapaz de generar nuevas respuestas políticas para resolver sus propios problemas. Es una vieja maquinaria que sigue operando con todos sus imaginarios pero de un modo en que no puede evitar que se disemine la necropolítica. Es una Modernidad exhausta. La necropolítica es la consecuencia más grave de ese agotamiento.
 
 

Desobediencia y alternativas
 
La condición necropolítica, tal como se explora en este ensayo, es una política que deja morir a las personas y la Naturaleza sin sentir culpa o vergüenza en ello. Su escala es planetaria, porque son centenas de millones de personas bajo todo tipo de procedimientos de control y vigilancia. Al mismo tiempo, refuerza su propósito de mantener vivas a las economías aunque genera muertos-vivos, que deambulan en la pobreza y la violencia, sea en las ciudades como en el campo. Avanza por el fracaso generalizado de la política, tal como queda en evidencia bajo la pandemia, incapaz de remontar la crisis sanitaria ni las otras crisis asociadas. La necropolítica produce y a la vez se nutre de una mezcla de indiferencias, impotencias e incapacidades por opresiones que modifican sustancialmente las argumentaciones morales de la política. En otros casos, la categoría necropolítica se la ha utilizado enfocándose en la muerte, mientras que aquí describe una redefinición de la política que naturaliza el dejar morir; otros abordan especialmente la violencia, mientras que aquí ésta es parte de varias manifestaciones, y la preocupación está sobre todo en los recortes y reconfiguración moral de la política. Es por ello que la necropolítica en este ensayo es interpretada como la consecuencia de una Modernidad agotada, incapaz de detenerla y fatalmente productor de ella, al estar sumergiéndose en la repetición, la aceptación y la resignación.
 
Ante esta situación es urgente ofrecer alternativas, y el primer aspecto es que ante la política de la muerte se debe construir una política de la vida. Es urgente porque no se cuenta con más tiempo para nuevos intentos ante la presente crisis ecológica. Pero ese propósito no puede ser entendido en los sentidos modernos convencionales, ya que resultaría en aceptar algún tipo de dominación o disciplinamiento a cambio de justificar y legitimar una política que supuestamente sería justa y correcta. Si así se hiciera, se repetiría lo que ha ocurrido desde hace largo tiempo, y más allá del modelo político que se defienda, persistirían los problemas y contradicciones con la violencia y los autoritarismos que tarde o temprano desembocarían en la necropolítica. La Modernidad ha intentado por largo tiempo revertir esas contradicciones y se muestra incapaz de hacerlo; ese agotamiento de opciones de cambio desemboca en la necropolítica.
 
Por lo tanto, una política de la vida exige desobedecer a la Modernidad. Para poder pensar más allá de ella se deben romper las condicionalidades de la obediencia. El sentido de esa desobediencia debe ser aclarado para que no sea confundido con actos de rebeldía o incumplimientos, por ejemplo, del orden jurídico. Se enfoca, en cambio, con una desobediencia de los saberes y sentires que definen a la Modernidad. Es un giro a un nivel más profundo que incluye tanto rechazar los presupuestos de disciplinamiento y control, como en poder pensar y sentir futuros que resultarían inconcebibles o inaceptables para el orden moderno. Diciéndolo de otro modo, y apelando a conceptualizaciones recientes, es necesaria una desobediencia ontológica[63].
 
Este tipo de desobediencia tampoco implica desechar a todos los componentes de la Modernidad, ya que muchos de ellos pueden servir a las alternativas, tales como ocurre con los esfuerzos para recuperar ideas de la justicia o del bien común, sea en sus dimensiones sociales como ambientales.
 
Es posible compartir algunos ejemplos para clarificar más esta apelación a la desobediencia. La política de la vida admite que somos parte de comunidades de humanos y no-humanos, y en ello ya hay un apartamiento de los entendimientos modernos que restringe la política a los humanos. Al mismo tiempo, hay una ruptura con toda la tradición ética moderna que restringe la valoración exclusivamente a los humanos convirtiendo a todo lo demás en objetos. En un acto de desobediencia, en cambio, se aceptan los valores intrínsecos en los demás seres vivos. Es asumir que todas las vidas humanas son singulares, importantes y valiosas, y deben prosperar bajo las mejores condiciones. Todo tipo de vida, incluso la vida no-humana, debe ser defendida.
 
Se debe detener la destrucción cuanto antes, sean las de vidas humanas como de la Naturaleza. En tanto la necropolítica descansa en la sacrificialidad produciendo muertos-vivos despojados de su condición humana, la desobediencia está en defender una política que vuelva a humanizar a todas las personas, no solamente en su individualidad sino como parte de colectivos, y que éstos son a la vez sociales y ambientales.
 
Desde esas y otras desobediencias, los vacíos o reduccionismos morales desaparecen y son reemplazados por un amplio abanico de opciones. Defender y salvar vidas, tanto humanas como no-humanas, se vuelven mandatos, son innegociables, no pueden ser comprados, y si no se cumplen, son motivo de vergüenza. Entonces, dicho de otro modo, la política de la vida es la vía para volver a ser personas, en todos los sentidos que implica ese concepto, incluyendo recuperar la tristeza y vergüenza cada vez que ocurra una muerte, y la rebeldía para defender la vida.
 
 
 
 
Notas
 
[1] La publicación inicial de Mbembe fue en inglés: Necropolitics, Public Culture 15 (1): 11-40, 2003; le siguió en francés, Nécropolitique, Raisons Politiques 21: 29-60, 2006; en castellano se publicó una versión como un capítulo en Necropolítica, Melusina, Santa Cruz de Tenerife, 2011 (aunque no incluye al menos una sección del artículo original).
 
[2] La lectura de Mbembe se basa en los textos citados en la nota 1, y además en la colección Necropolitics, Duke University Press, Durham, 2016; también en la evaluación que compartió pocos años después en Necropolítica, una revisión crítica, en Estética y violencia: necropolítica, militarización y vidas lloradas (H. Chávez MacGregor, coord.), MUAC, UNAM, México, 2012.
 
[3] En esos componentes, Mbembe sigue un concepto de soberanía que dialoga especialmente con las ideas de M. Foucault de biopoder, como un poder sobre la vida, citando sus conferencias en el Collège de France de 1975-76 (disponibles en Defender a la sociedad, Fondo Cultura Económica, Buenos Aires, 2000), y con Giorgio Agamben, citando a Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, Pre-Textos, Valencia, 1998.
 
[4] Estimación basada en confinamientos urbanos impuestos por gobiernos nacionales o subnacionales en América del Sur.
 
[5] Por ejemplo, en Argentina en 2020, se establecieron multas, prisión de 15 días por desobedecer a funcionarios públicos, o prisión de seis meses a dos años por incumplir medidas para evitar la pandemia; véase Multas y penas de prisión: ¿Qué pasa si no se cumplen las restricciones por coronavirus?, El Diario AR, Buenos Aires, 3 mayo 2021, https://www.eldiarioar.com/sociedad/coronavirus/multas-penas-prision-pasa-si-no-cumplen-restricciones-coronavirus_1_7894627.html
 
[6] Para comprender la escala de esos controles puede tomarse el ejemplo de Buenos Aires (Argentina) al inicio de la pandemia. Entre el 20 de marzo 2020, cuando se decretó el aislamiento obligatorio al 7 de mayo, más de 16 mil personas fueron demoradas, notificadas o regresadas a sus domicilios, y más de mil fueron detenidas; Son más de 17 mil los detenidos y demorados en la Ciudad por violar la cuarentena, Buenos Aires Ciudad, 7 mayo 2020, https://www.buenosaires.gob.ar/noticias/mas-de-13000-detenidos-y-demorados-en-la-ciudad-por-violar-la-cuarentena
 
[7] Se subió a un colectivo sin barbijo y lo bajaron a los golpes, La Nación, Buenos Aires, 2 setiembre 2021, https://www.lanacion.com.ar/sociedad/se-subio-a-un-colectivo-sin-barbijo-y-lo-bajaron-a-los-golpes-nid02092021/
 
[8] En la necropolítica actual se encuentran muchos elementos de la “ecología del miedo” de Mike Davis publicada originalmente en 1992; en castellano en Control urbano. Más allá de Blade Runner, Virus, Barcelona, 2020.
 
[9] Véase como ilustración de la situación: Veja o que muda com os novos decretos de Bolsonaro sobre armas de fogo, Globo.com, 13 febrero 2021, https://g1.globo.com/politica/noticia/2021/02/13/veja-o-que-muda-com-os-novos-decretos-de-bolsonaro-sobre-armas-de-fogo.ghtml
 
[10] Indicadores del Banco Mundial, véase Global economic prospects, June 2021, World Bank, https://openknowledge.worldbank.org/bitstream/handle/10986/35647/9781464816659.pdf
 
[11] Véase Panorama social de América Latina 2020, CEPAL, Santiago, 2021.
 
[12] Pesquisa revela que 19 milhões passaram fome no Brasil no fim de 2020, A. Gandra, Agencia Brasil, 6 abril 2021, https://agenciabrasil.ebc.com.br/geral/noticia/2021-04/pesquisa-revela-que-19-milhoes-passaram-fome-no-brasil-no-fim-de-2020
 
[13] La dinámica laboral en una crisis de características inéditas: desafíos de política, Coyuntura laboral en América Latina y el Caribe, No 23, CEPAL y OIT, Santiago, 2020.
 
[14] Global economic prospects, World Bank, 2021.
 
[15] Véase, por ejemplo, Why this energy crisis is different, J. Bordoff, Foreign Policy, 24 setiembre 2021, https://foreignpolicy.com/2021/09/24/energy-crisis-europe-gas-coal-renewable-prices-climate/
 
[16] Necropolitics, Mbembe, pp 37-38
 
[17] Sobre esos casos, véase, por ejemplo, Un escándalo de vacunas a figuras influyentes le cuesta el cargo al ministro de Salud de Argentina, M. Centera, 19 febrero 2021, El País, Madrid, https://elpais.com/internacional/2021-02-20/un-escandalo-de-vacunas-a-figuras-influyentes-le-cuesta-el-cargo-al-ministro-de-salud-de-argentina.html ; y para Perú, Escándalo en Perú por la administración irregular de vacunas al expresidente Vizcarra, ministros y altos cargos, J. Fowks, 15 febrero 2021, https://elpais.com/internacional/2021-02-15/escandalo-en-peru-por-la-administracion-irregular-de-vacunas-al-expresidente-vizcarra-ministros-y-altos-cargos.html
 
[18] Algunas de estas ideas se adelantaron en Si el futuro se desvanece, ¿solo existís cuando morís?, E. Gudynas, La Oreja Roja, Medellín, 28 junio 2919, https://www.laorejaroja.com/si-el-futuro-se-desvanece-solo-existis-cuando-moris/
 
[19] Indicadores en el World O Meter – www.worldometers.info/coronavirus/
 
[20] El COVID-19 golpeó fuertemente a los pueblos indígenas en el 2020, Y. Sierra P., 11 enero 2021, Mongabay, https://es.mongabay.com/2021/01/pueblos-indigenas-pandemia-covid-19/
 
[21] Bolsonaro diz que indígenas do Amazonas tomaram chá contra a COVID-19, Estado de Minas, 27 mayo 2021, https://www.em.com.br/app/noticia/politica/2021/05/27/interna_politica,1271057/bolsonaro-diz-que-indigenas-do-amazonas-tomaram-cha-contra-a-covid-19.html
 
Además consultar Necropolitics, state of exception, and violence against indigenous people in the Amazon Region during the Bolsonaro administration, P. Rapozo, Brazilian Political Science Review 15(2): e0002.
 
[22] Más informaciones en www.coicamzonia.org
 
[23] Por ejemplo, la Red Eclesial Panamazónica denunció ante Naciones Unidas que durante la pandemia aumentaron y profundizaron las violaciones de los derechos humanos, L. M. Modino, REPAM, 20 abril 2021, https://redamazonica.org/2021/04/pueblos-indigenas-amazonicos-denuncian-en-la-onu-las-violaciones-de-los-derechos-humanos-durante-el-covid-19/
 
[24] Pueblo Yanomami en riesgo de genocidio por extractivismo, COICA, 19 mayo 2021, https://coicamazonia.org/pueblo-yanomami-en-riesgo-de-genocidio-por-extractivismo/
 
[25] Ver la información en el Global Forest Watch en www.globalforestwatch.org/
 
[26] Indicadores del banco de datos de Incendios del Instituto Pesquisas Espacias (INPE), Brasi; www.dpi.inpe.br/queimadas/
 
[27] Un mundo incendiado. Vida y muerte en la Edad del Fuego, G. Gutiérrez Nicola, Palabra Salvaje 2, 2021.
 
[28] La deforestación no da tregua en los Parques Nacionales de la Amazonia, Semana, 24 febrero 2021, https://www.semana.com/impacto/articulo/la-deforestacion-no-da-tregua-en-los-parques-nacionales-de-la-amazonia/59633/
 
[29] Véase por ejemplo Minería en áreas protegidas: el avance hacia el Madidi, J. Campanini, CEDIB, 28 mayo 2021, https://cedib.org/wp-content/uploads/2021/05/MineriaEnAreasProtegidas.pdf
 
[30] El cambio climático está en marcha rápidamente, es planetario y se está intensificando, alertó el Panel Intergubernamental en Cambio Climático (IPCC), en su último reporte; 9 agosto 2021; https://www.ipcc.ch/2021/08/09/ar6-wg1-20210809-pr/
 
[31] Véase por ejemplo la alerta de un aceleramiento de la extinción de especies sin precedente, IPBES (Intergovernmental Science Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services), 6 mayo 2019, https://ipbes.net/news/Media-Release-Global-Assessment
 
[32] Véase Environmental tipping points, T.M. Lenton, Annual Review Environment Resources 38: 1 –29, 2013.
 
[33] Véase como introducción a este colapso Living planet report 2020. Bending the curve of biodiversity loss, R.E.A. Almond, M. Grooten y T. Petersen (eds), WWF, Gland, 2020.
 
[34] Evaluación en porcentaje del PBI, al 15 abril 2020, según Política y gestión fiscal durante la pandemia y la post-pandemia en América Latina y el Caribe, E. Pineda y colab., BID, Recaudando Bienestar, 21 abril 2020, https://blogs.iadb.org/gestion-fiscal/es/politica-y-gestion-fiscal-durante-la-pandemia-y-la-post-pandemia-en-america-latina-y-el-caribe/
 
[35] Véase por ejemplo Ecuador en la trampa de un futuro pasadista, A. Acosta, Ecuador Debate 115: 9-34, 2021.
 
[36] Véase Necropolitics, Mbembe, 2016.
 
[37] Véase por ejemplo ¿Cómo la segunda ola está pegando a la economía peruana según el BCR?, El Comercio, Lima, 10 abril, 2021, https://elcomercio.pe/economia/como-la-segunda-ola-esta-pegando-a-la-economia-peruana-segun-el-bcr-economia-peruana-bcr-covid-19-segunda-ola-noticia/
 
[38] Véase, por ejemplo, Standard and Poor’s le quita el grado de inversión a Colombia, Portafolio, 19 mayo 2021, https://www.portafolio.co/economia/finanzas/standard-and-poor-s-le-baja-el-grado-de-inversion-a-colombia-552085
 
[39] Se están sumando poco a poco relecturas latinoamericanas sobre el concepto de necropolítica desde América Latina; tan solo como ejemplo se pueden mencionar:
 
Da biopolítica a necropolítica e a racionalidade neoliberal no contexto do COVID-19, R.L. da Rocha Seixas, Voluntas, Revista Internacional Filofoía, 11: e50, 2020.
 
Neoliberalismo como necropolítica zombi, X. Brito-Alvarado y J. Capito Alvarez, Argumentos, Revista de Crítica Social, 22, 2020.
 
Se destaca el temprano análisis de Sayak Valencia enfocado en la situación mexicana: Capitalismo gore, Melusina, Santa Cruz de Tenerife, 2010.
 
[40] Véase La pena de muerte. Ceremonial, historia, procedimientos, D. Sueiro, Alianza Alfaguara, Madrid, 1974.
 
[41] Sobre el genocidio, etnocidio y sus implicaciones para la presente discusión sobre necropolítica, véase La banalización del mal. Acerca de la indiferencia, C. Delacampagne, Nueva Visión, Buenos Aires, 1999.
 
[42] Capitalismo gore, Valencia.
 
[43] Agamben entiende que la biopolítica de Foucault debe corregirse ya que el control sobre la vida ocurre en toda la tradición occidental; véase su Homo sacer.
 
[44] Leviatán, T. Hobbes, 2 vol., Altaya, Barcelona, 1994 [1651]
 
[45] Declaraciones de J. Bolsonaro del 27 marzo 2020; otros dichos en el mismo sentido en “Gripecita”, “país de maricas” y otras polémicas frases de Bolsonaro sobre la pandemia, Semana, Bogotá, 19 junio 2021, https://www.semana.com/mundo/america-latina/articulo/gripecita-pais-de-maricas-y-otras-polemicas-frases-de-bolsonaro-sobre-la-pandemia/202154/
 
[46] Necropolitcs, Mbembe, pág 38
 
[47] Por ejemplo, tomando los resultados de las encuestas de la empresa Factum, el apoyo al gobierno Lacalle desde mediados de 2020 a mediados de 2021, osciló entre 54% y 66%; los datos en portal.factum.uy
 
[48] Asoma la validez de la distinción entre una libertad positiva y otra negativa, como planteaba I. Berlin en Cuatro ensayos sobre la libertad, Alianza Editorial, Madrid, 1988 [1969]; esa cuestión desencadenó un fructífero debate que se mantiene hasta el día de hoy.
 
[49] La noción de “mal radical” es presentada por H. Arendt en Los orígenes del totalitarismo, Alianza Editorial, Madrid, 2006 [1951], que a su vez remite a una categoría kantiana.
 
[50] Brasil: por una fenomenología de la destrucción, R. Lessa, Palabra Salvaje, 2, 2021.
 
[51] Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, H. Arendt, Debolsillo, México, 2016 [1964].
 
[52] Capitalismo gore, Valencia, pág. 141.
 
[53] Véanse los los dilemas morales analizados en When doing the right thing is impossible, L. Tessman, Oxford University Press, New York, 2017.
 
[54] Moral failure. On the imposible demands of morality, L. Tessman. Oxford University Press, New York, 2015.
 
[55] Véase Comissão de Trabalho Escravo pede que Senado rejeite Reforma Trabalhista, L. Sakamoto, UOL, 31 agosto 2021, https://noticias.uol.com.br/colunas/leonardo-sakamoto/2021/08/31/comissao-de-trabalho-escravo-pede-que-senado-rejeite-reforma-trabalhista.htm
 
[56] Véase la discusión sobre esas categorías en Justification and legitimacy. Essays on rights and obligations, A.J. Simmons, Cambridge University Press, New York, 2001.
 
[57] La cita proviene de los cursos sobre filosofía moral dictados por Arendt en 1965-55; en Responsabilidad y juicio, Paidós, Barcelona, 2007 [2003], pág. 124.
 
[58] Distinción en El pensar y las reflexiones morales, en Responsabilidad y juicio, Arendt, pág. 161.
 
[59] Esta condición se examina en Manifiesto salvaje. Dominación, miedo y desobediencia radical, E. Gudynas, Palabra Salvaje 1: 34-48, 2020.
 
[60] Esos debates se analizan en detalle en Tan cerca y tan lejos de las alternativas al desarrollo. Planes, programas y pactos en tiempos de pandemia, E. Gudynas, RedGE, Lima, 2020.
 
[61] Pandemic! Covid-19 shakes the world, S. Žižek, OR Books, New York, 2020.
 
[62] La segunda venida. Neorreaccionarios, guerra civil global y el día después del apocalipsis, F. “Bifo” Berardi, Caja Negra, Buenos Aires, 2021, págs.100-101.
 
[63] El uso de la categoría ontología se refiere a los modos de concebir, entender y sentir el mundo, sus condiciones de existencia, las prácticas que lo reproducen y los mitos, relatos, saberes, etc., que lo conforman; bajo esa perspectiva, la Modernidad es una ontología con sus particulares modos de concebir al mundo, y por lo tanto con políticas posibles y ajustadas a ese mundo; véase, por ejemplo: Is another cosmopolitics possible?, M. Blaser, Cultural Anthropology 31(4): 545-570, 2016.
 
 
 
 
Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). Versiones preliminares de estas ideas se publicaron en ALAI (Quito), Rebelión, Servindi (Lima); y las secciones específicas sobre Uruguay, en Semanario Voces (Montevideo). Varios conceptos también se presentaron en la conferencia Geopolítica e nova economía pos-coronavirus, organizada por el Instituto IHU de la Unisinos, Brasil; en la conferencia Sustentabilidad entre una política de la vida y una necropolítica, en la cátedra ambiental de la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia; y en el webinar Pueblos indígenas, ambiente y nueva constitución, convocado por la Universidad San Marcos (Lima) y otras instituciones. Se agradecen los comentarios y correcciones de Rosario Acosta y Gonzalo Gutiérrez Nicola sobre los borradores finales.
 
Publicado en Palabra Salvaje el 27 octubre 2021; la versión final con todas las imágenes se publicó en la revista Palabra Salvaje No 2 (octubre 2021) que se puede descargar aquí…
 

 
 
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CHUBUT RESISTE

TODO EL APOYO Y ABRAZO A LA LUCHA DEL PUEBLO DE CHUBUT

El pueblo de Chubut, decidió por su SOBERANIA:

Sus campesinos, artesanos, comerciantes, el pueblo todo, esta a favor de una vida armonica con la tierra y el agua, en defensa de la misma.

Han expresado en público con sus marchas, encuentros, reuniones, manifestaciones, su intención de defenderla, ejerciendo la soberania que otros vienen a mancillar, con proyectos ajenos al interés del Pueblo.

Proyectos que intentan envenenar las aguas, ocupar la tierra con emprendimientos inmobiliarios o para la megamineria y sus efectos destructivos sobre vidas y bienes de los habitantes.

Proyectos con brutal carga de racismo, que privilegian canchas de esquí a lo decidido soberanamente por el pueblo, intentando engañar al entero país vía su prensa mercenaria y una dirigencia que solo atiende a sus propios intereses.

POR TODO ESTO VAYA EL APOYO Y ABRAZO AL PUEBLO DE CHUBUT

¡VIVA EL PUEBLO DE CHUBUT HACIENDO PATRIA!

MENDOZA