Sucedió ayer, en la puerta de la Legislatura porteña.
La imagen difundida por CN 23, en vivo y en directo, parecía rescatada de aquel país lejano, que algunos creían parte del pasado.
Los maestros y profesores se manifestaban pacíficamente, como siempre lo hicieron a lo largo de su historia. De pronto, sin decir agua va y organizadamente, irrumpió una patota que cargó a las trompadas y garrotazos contra los guardapolvos blancos.
Pegaron con la misma saña tanto a las mujeres como a los hombres.
Buscaban que se fueran de allí, que no protesten contra Mauricio Macri, contra su gobierno y sus legisladores.
La Ciudad de Buenos Aires sigue atrasando una década el reloj de la democracia.
Esta violencia física contra los maestros es el corolario de esa otra violencia que desde el gobierno del PRO vienen ejerciendo.
Porque violencia también es negar derechos, pisotearlos, ningunearlos, reemplazarlos.
En tal concepto, eliminar las Juntas de Calificación docente, como quiere Macri, es consentir que será la política del dedo la que digitará de aquí en más toda la educación de nuestros estudiantes. Decimos bien, de los estudiantes. Porque serán ellos, las víctimas directas de este avasallamiento a la calidad institucional del sistema educativo.
¿Qué valor tendrá capacitarse para un docente, si sabe de antemano que su designación en el cargo no estará pendiente de su calidad profesional sino del capricho que tenga el funcionario político de turno?
¿Para qué formarse continuamente, si ascender o no en el puntaje dependerá de la capacidad de lobby que cada docente tenga?
Este avasallamiento ocasionará una paralización violenta del crecimiento de los docentes y en consecuencia, un continuo empobrecimiento de la calidad educativa para nuestros estudiantes.
Es esto lo que está en juego en la ciudad porteña.
Y ahora esta represión paraestatal, con la policía metropolitana dejando zona liberada.
Sucedió ayer en una Buenos Aires que por momentos se parece a Grecia, Italia o Inglaterra con sus dramas sociales causados por las políticas neoliberales, a las que es tan afecto el jefe del PRO.
Pero no hay justificación que valga en esta Argentina que construyó 1.250 escuelas en todo el país, que le destina el 6,47 % del PBI al presupuesto educativo y que nos regaló esa maravilla de Tecnópolis, pese a la prohibición de Macri para hacerlo en la ciudad.
Es injusta la diferencia que les impone el PRO a los porteños y porteñas del resto de la Argentina, como si negaran que ellos también sean ciudadanos argentinos.
Sucedió ayer, justo cuando la Patria Grande alumbraba en Venezuela el horizonte que hará de América Latina y el Caribe, un continente de paz y de futuro.
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