miércoles, 11 de agosto de 2021

OCNIS = Objetos Comestibles No Identificados



 Agosto 2021
 
PRODUCION, ALIMENTACION, PODER Y AMBIENTE
 
EL OTRO COSTADO DE LA PANDEMIA
 
La situación que desató la pandemia nos puso de frente con las desigualdades y la devastación de todas las esferas de la vida, que este sistema capitalista lleva adelante.
 
Hoy, más que nunca, resulta necesario hablar de un modelo alternativo que tenga como eje la reproducción de la vida, el bienestar de todos y todas y el cuidado de los bienes comunes.
 
Actualmente, desde la genética en las semillas hasta los productos que encontramos en las góndolas, todo está controlado por unas pocas empresas que acumulan, no sólo dinero sino también poder. Poder para definir qué se produce y vende, a qué precio, en dónde y a quiénes. Poder para influenciar fuertemente en las políticas del gobierno y nuestros gustos y deseos a través de la publicidad.
 
Esta acumulación de poder en pocos es el resultado del despojo y explotación de millones de personas trabajadoras y productores pequeños y medianos, indígenas, mujeres, campesinas y campesinos, etc.
 
En estos tiempos de pandemia, de enorme crisis económica, siguen generando ganancias con la visión de que el sector de la alimentación es esencial, cosa que nadie duda, pero… ¿qué es la alimentación?
 
¿Un huevito Kínder es un alimento? ¿Una hamburguesa Paty? ¿Un puré instantáneo?
 
Un alimento es aquel que se consume con fines nutricionales, sociales, físicos. Los nombrados se asemejan a un alimento, pero en realidad son productos que distan bastante de ser nutritivos. Miriam Gorban los denomina OCNIS, objetos comestibles no identificados, que tienen entre sus ingredientes sustancias difícilmente entendibles, como lo son los “mejoradores”, colorantes, saborizantes, estabilizantes, emulsionantes, entre otros. Estos “alimentos” están dentro de un circuito muy grande que incluye monocultivos y/o feed lots, transporte, combustible, productos de la industria química como los mencionados anteriormente, enormes maquinarias industriales (y por ende cada vez menos mano de obra) tanto para su producción como acondicionamiento y empaquetado, una enorme logística de marketing, empresas financieras, productoras de biocombustibles, entre otras.
 
 
El canal de comercialización que utilizan para su venta minorista o mayorista son los super e hipermercados. Esos productos curiosamente no están elaborados con alimentos, sino con subproductos, como lectina de soja o jarabe de maíz de alta fructosa.
 
Un sistema que necesita mucho combustible, como gas y petróleo, o los (mal) llamados biocombustibles, sí combustibles a partir de la vida, del desmonte para producir soja, maíz, caña de azúcar y varios otros cultivos de donde, además de alimento, se obtiene etanol para el desarrollo de biodiesel.
 
Agrocombustibles a partir de alimentos transgénicos, demandantes de una química mortal para la vida con sus agrotóxicos y fuertemente dependiente de energías fósiles o vivas como los agro o biocombustibles. Energías usadas para transportar desde la materia prima hasta los productos finales, para producir los envoltorios plásticos que tardarán cientos de años en degradarse, logísticas enormes de telecomunicaciones para saber dónde es más conveniente comprar, industrializar, vender, y mucha mucha plata para introducir en cada espacio, real o virtual, la imagen de sus productos, procurando generar una enorme necesidad de consumirlos. TODO EN FUNCION DE LA GANANCIA Y NO DEL SER HUMANO.
 
Lo que luego ocurra en nuestro cuerpo NO LES IMPORTA. En Argentina, el 61,6% de la población tiene sobrepeso u obesidad, este no es un dato de EEUU sino de nuestro país. Más del 40% de los encuestados tienen hipertensión arterial y el 12% diabetes.
 
Existen otras alternativas a este sistema enfermo que cada vez daña más al ambiente y a los múltiples territorios de la vida. Son muchas las experiencias que NUESTROS PUEBLOS VAN ABRAZANDO en todo el país, resistiendo y dándole forma a otro modelo sano, sustentable y participativo. Amplias redes de huerteros, sembradores, productores y consumidores llenan las ferias agroecológicas.
 
Todo ello a partir de alimentos que, para su producción, no han requerido de agrotóxicos ni de la precarización laboral y sí del trabajo férreo de familias y comunidades en pro del cuidado de la vida y de una política activa que defiende el territorio, el bosque, las cuencas y la tierra que las sustenta.
 
También hay artesanas y artesanos, artistas plásticos, de la música y las palabras, bibliotecas populares, talleristas, albañiles del adobe y de la quincha, educadores y muchas otras personas que hacen de este un creciente compromiso. 
 
 
Aquí también podemos sumar a las asambleas de vecinos y productores, peñas y marchas contra mineras o loteos. Son el espacio de encuentro, de mediación entre quienes trabajan produciendo alimentos y quienes buscan más allá de las ferias. NECESITAMOS ENCONTRARLOS allí donde estén.
 
Espacios que buscan ampliar compartiendo saberes, intercambios y mercados más justos y equitativos. Basta imaginarse que, si esto lo hacen compatriotas sólo con su propia iniciativa y por sus necesidades, cuánto podría lograrse con una política de ESTADO planificada y que privilegie a los más débiles.
 
En el momento histórico que nos toca vivir como sociedad, colectivamente debemos apostar a fortalecer este movimiento, que está permitiendo mantener, expandir y reforzar estos lazos vitales para que muchas familias puedan seguir alimentándose y otras teniendo un sustento económico en la actual crisis.
 
Entendemos que no podemos pensar el habitar, contra, y más allá del capital y del desarrollismo destructivista de los territorios, sin pensarnos con alimentos, agua, tierra, bosques y cuencas que estén sanas. Con comunidades locales movilizadas para revertir los riesgos y vulnerabilidades socio-ambientales que nos dañan con catástrofes cada vez más frecuentes.
 
Por todo ello, el alimento sano necesita de tierra, cuencas y habitares respetuosos con el ambiente, donde la comunidad participe activamente de manera vinculante decidiendo cómo se usa la tierra, cuidando la alimentación que ya se produce localmente y expandiendo los procesos locales, familiares y regionales para contribuir con otras experiencias en lucha por territorios sanos.
 
El desafío es mucho más grande, es reencontrarse con relaciones de producción que ya practicaban nuestros ancestros, pensando el futuro con la memoria, con las semillas nuestros abuelos. Reconectarnos con el alimento, con su historia; el campo con la ciudad; la agricultura con el protagonismo de las familias campesinas.
 
En patios rebrotados donde encontramos tierra, sembramos. Así vamos tejiendo relaciones y vamos dejando de lado las corporaciones para volver a retomar practicas antiguas con tecnologías modernas.
 
En los intersticios de este modelo económico dominante se está edificando la nueva sociedad que anhelamos, fuera de la lógica capitalista. Estamos construyendo territorio frente a las mentiras del agronegocio y los extractivismos contaminantes.
 
 
→ Rodolfo Giardino

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